IGNÁ

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—No deberías tentar a la suerte, Henna.

— ¡Que va! Ese auto debe ser mío.

Henna era adicto a los juegos de azar, pero el resultado de esta noche debía ser prescindible para el horror de las pesadillas nocturnas.

—Maldición —chistó soltando la moneda.

— ¿Qué pasa?

—Perdí —dijo frunciendo el ceño.

—Deberíamos irnos—dije—es tarde, me aterra la carretera.

Nos encontrábamos en el condado de Igná y deberíamos estar en Paté para la tarde del día siguiente, llevábamos una hora de retraso, el atardecer de las seis anunciaba lánguido la noche.

—Soy un asco—escupió.

Y lo era, diez tarjetas para ganarse un auto que posiblemente se estaba oxidando en el garaje del tipo de la tienda, era absurdo.

—Paga ya y vámonos—dije molesta.

Quería ahorcarlo; tomé una cajetilla de chicles de sandía y dos aguas embotelladas colocándolas frente al hombre obseso de la tienda.

Henna tomó su billetera y pagó tomando las botellas como niño caprichoso.

—Por diez tarjetas te dejo mirar el auto—dijo el tipo de la tienda mirando a Henna medio aburrido medio burlón.

Y yo fulminando con la mirada.

—Esa idea me agrada ¿podría subirme?

—Henna, no

—Sí, te dejo dar la vuelta.

Maldije para mí al hombre obeso.

Reproché y me salí de la tienda tan rápido como pude, el hombre obeso le mostró a Henna en auto, era azul suave y quizá un clásico, esperé en nuestro auto mientras Henna paseaba en el clásico azul.

Me concentré en tomar el mapa que habíamos comprado en la tienda anterior.

—Ese auto tiene historia—habló alguien a mi lado.

Di un salto tremendo.

—Dios mío, ¿Qué le sucede? No puede hacer eso—le escupí.

Era el hombre obeso, pero ignoró lo que le dije.

—Su primer y único dueño falleció a borde de carretera, no podían reconocer el cuerpo, pero al auto no le sucedió nada.

—Si claro, una versión barata del pequeño Bastardo.

—Búrlate muñeca, pero nadie puede llevarse ese auto.

—Y dejaste que mi esposo lo condujera—afirmó—pequeñas patrañas para asustarme.

—No creí que encendiera.

— ¿Qué dices? —exigí.

—Ese auto no tiene combustible.

— ¡Pero qué mierda!

No podía darle crédito al asunto, tomé las llaves con determinación.

—Si tú crees que...—comencé a decir, pero el tipo obeso no estaba, mi corazón se aceleró.

La tienda había desaparecido al igual.

— ¡Maldición!—chillé.

Henna...

¿Dónde estaba mi esposo?

Bajé del auto desesperada.

— ¡Henna! —Grité con aplomo— ¡Henna!— grité a la carretera.

Mi corazón latía con fuerza, mis manos temblaban.

Regresé al auto para tomar el teléfono, un bulto yacía deforme en el asiento del conductor, corrí hasta él.

Mientras me acercaba una punzada de pensamiento me embargo.

No...

El cuerpo de un hombre muerto yacía en el auto.

—No, no, no ¡Henna!—abrí la puerta, no podía tocarlo, pero era él, era Henna.

El amor de mi vida estaba muerto.

Un chirrido estridente me sacudió, giré para buscar el sonido

El auto azul esperaba con medias luces, como mirándome, lo observé con asombro y terror.

Nadie lo conducía.

Sin pensarlo, lo encaré, se aproximó hacia mí.

Y lo esperé con los brazos abiertos.

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