Capítulo I

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Oscuridad


Toluca, Estado de México. Años atrás.


Temo bajó de dos en dos las escaleras, era tarde, pero sabía que su mamá aún estaría despierta, Pepe había salido a una fiesta y su Papancho seguía trabajando, por lo tanto, casi estaba seguro que su mamá estaría en la sala viendo la televisión esperando que alguno de los dos llegara. En cuanto vio la luz sonrió. No había cenado bien por estar pensando en su tarea y ahora moría de hambre, tal vez, si jugaba bien sus cartas, podía conseguir un emparedado nocturno.

Se dirigió hacia la sala y cayó a lado de su mamá que de inmediato lo abrazó por los hombros y lo acercó a ella.

―Deberías estar dormido, jovencito.

―Sabía que estaría esperando a papá y a Pepe, quería hacerte compañía ―su mamá le sonrió.

―¿Tienes hambre, verdad? ―Temo rió por lo bajo. Su mamá siempre sabía, no importaba que fuera, ella lo sabía. Era mágica seguramente.

―Sólo un poco ―vio a su madre sonreír.

―Bien, vamos a la cocina. Yo también tengo ganas de algo. El terror y el suspenso abren el apetito ―su mamá pausó la serie.

Temo caminó a lado de su mamá. La vio tomar diversas cosas y Temo terminó sentado esparciendo una generosa cantidad de aderezo sobre el pan de centeno que le encantaba a su mamá. Su Papancho siempre decía que su mamá Laurita era una persona con gustos peculiares y sumamente brillante.

Y Temo sabía que su papá tenía razón.

Su mamá no era como todas las omegas. Podía tener un dulce olor a caramelo, pero era dura como una roca. Temo la quería muchísimo y a la vez le imponía incluso más que su propio papá. Su mamá solía decir que había crecido rodeada de puros alfas y por eso sabía dominarlos, cosa que era cierta, a ellos, que también eran alfas, los traía cortitos. Algunos de sus amigos decían que su familia era rara, pero a Temo le importaba muy poco. Amaba ser un López y, más que nada, amaba a su mamá.

La vio trabajar en silencio, su largo cabello caí como una gran cascada de color castaño sobre ese horroroso suéter verde que le había regalado su Papancho en la navidad. Cinco minutos después tenía frente a él al mejor emparedado de queso que podía existir.

―Listo, cariño, pero sólo uno. No quiero que luego andes con que te duele el estómago ―Temo asintió sonriendo. Iba a dar el primer mordisco cuando sintió una ráfaga fría pasar por su nuca.

La sensación lo congeló por un segundo y sintió un extraño escalofrío recorriéndole. El ambiente se vició por completo y Temo instintivamente cerró las manos en un puño. Vio a su mamá que parecía igual de aturdida que él. Temo corrió hacia ella cuando todas las luces de la casa se encendieron y resplandecieron intensamente. Temo se aferró a su madre cuando una enorme sombra se proyectó a través de los ventanales frontales. Podía sentirle merodeando fuera de la casa, husmeando alrededor, dejando su fétido olor filtrarse por todo el lugar.

Temo estaba temblando ante el horror.

―Temo, escucha ―su madre lo separo de ella ―, tienes que ir arriba y llamar a la policía ―negó.

―No, vamos los dos...

―No. Ve y pase lo que pase no bajes ―negó frenéticamente. No quería dejar a su mamá. No podía. Tenía miedo de no verla nunca más.

De pronto, la puerta principal fue arrancada de tajo y arrojada hacia el exterior. Su mamá lo aferró con sus manos y salió disparada hacia el otro lado de la isla de la cocina buscando la salida trasera de la casa.

TenebraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora