El anciano
El amanecer era tan hermoso como lo recordaba, con sus tonos de rojo y amarillo en todas sus variantes mientras avanzaban, desplazando la noche y su oscuridad para tomar su turno. Sus colores me recordaron el fuego que se extendió por los árboles del parque central del pueblo, mientras personas que portaban armas gritaban amenazas. Creí que ese sería mi final, que terminaría asesinada por alguna bala a sus doce años de edad; pero eso no fue lo que ocurrió y no estaba segura sobre qué final hubiera sido mejor.
—¿Entonces, los niños seguían yendo al bosque? —preguntó Mateo, después de que los temas de conversación de los chicos parecían haberse acabado por el momento y todos me miraron, ya sea porque estuvieran a mi lado o a través del espejo retrovisor.
—Sí, todos los días, siempre jugaban cerca de la cueva y le daban una adivinanza a quién estaba encerrado allí. Pero, a finales de septiembre las cosas empezaron a cambiar.
—¿Por qué? —preguntó Enrique.
Se supone que solamente le darían adivinanzas y le brindarían un poco de compañía para que no se sintiera solo, según Rosita, la otra chica del grupo. Pero, el monstruo escuchaba atentamente sus conversaciones y hacía preguntas, primero sobre el bosque, luego sobre el río y también, sobre el pueblo. Su curiosidad era cada vez más grande y los más jóvenes respondían siempre de forma inocente a las preguntas más extrañas, mientras los mayores procedían con cierto cuidado.
—¿Viven muchas personas allí? —preguntó una vez.
—En los pueblos no viven tantas personas como en las ciudades —le respondió Rosita.
—¿Ciudades?
—Sí, son lugares muy grandes y llenos de gente con carros, casas y edificios —explicó ella.
—¿Carros?
—Son como cajas grandes con sillas para que nosotros nos sentemos y ruedas debajo para que se mueva rápido —explicó de nuevo.
—¿Casas?
—Es donde vive la gente.
—¿Edificios?
—Ahí también vive gente o trabaja, pero son muy altos, llegan casi hasta las nubes y mucha gente cabe ahí.
—Mucha gente —dijo pensativo.
—Señor, ¿tiene nombre? —preguntó Rosita de repente, todos siempre evitaban nombrarlo de cualquier forma.
—No lo recuerdo —confesó —. Tuve uno, lo olvidé porque dormí mucho.
Rosita se asustó por su explicación.
—Entonces, por eso mi mamá dice que no debo dormir demasiado —pensó —, no quiero olvidar mi nombre.
—No lo olvides, es bonito —le dijo.
—Gracias. Sabes, podemos darte un nuevo nombre, ¿cierto? —preguntó a sus amigos que la miraban distantes, los dos hermanos porque intentaban construir una casa de tierra y palos, los dos mayores porque no estaban seguros de cómo proceder en la situación, uno con interés y otro con miedo.
—Sí, sería lo mejor —dijo Benjamin y la chica lo miró aterrorizada.
—¿Por qué? —preguntó el monstruo.
—Porque somos amigos —respondió Rosita.
—¿Amigos?
—¡No lo sabes! Es algo muy importante, nosotros somos tus amigos, eso quiere decir que nos gustas y nosotros te gustamos, por eso pasamos mucho tiempo juntos y jugamos mucho. Entonces, los amigos son para siempre y nunca se hacen daño, se protegen entre ellos y también a las personas que ellos quieren —, Rosita se esforzó mucho en su discurso —, ¿lo entiendes? Los amigos no se traicionan; pero, a veces cometemos errores, así que hay que saber perdonar y a veces se van, como Benjamin, él va a un colegio muy lejos, así que nosotros siempre esperamos a su regreso y seguimos siendo amigos.

ESTÁS LEYENDO
Sombras en la oscuridad (Pausada)
TerrorCada lugar tiene una leyenda o historia de terror, mi pueblo no era la excepción, nuestros padres nos advertían sobre no ir demasiado profundo en el bosque y un día rompimos la regla. Hace diez años escapé de ese lugar, cargando el secreto sobre la...