Memorias perdidas

Pacitos de hielo

-Camina, camina, llega hasta mamá. Papá está mirando tu pequeño andar. De hielo, de hielo son tus pacitos, fríos piececitos, dos son nada más. -Cantaba sin parar.

-Déjalo ya, no me tortures así. -Se atrevió a hablar.

-Papá de ojos negros, ¿dime dónde están? Están en las manos, las manos de mamá. Continúa andando, llega hasta mamá, que te están mirando los ojos de papá. -Seguí

-¡Para por favor! Se lo que quieres conseguir, no van volver, lo sabes. -Me interrumpió de nuevo.

-Mi hermana es muy tonta, cree saber de más, pero tu mi niño sabes la verdad. Dice que te has ido, no la escuches ya. Habrá enloquecido por la soledad. -Sin inmutarme

-¡No seas idiota! Lo siento... lo que quiero decir es que puedes aprovechar este tiempo para escapar antes de que llegue la policía, si me dejas en paz ganamos las dos, pero debes apresurarte, puedo ayudarte a salir de aquí sin ser vista. -Rogaba

-Me río, ella piensa que hay oportunidad. No es una disculpa lo que quiere mamá, es la confesión lo que la salvará y cuando lo entienda muy tarde será. -Cantaba

-¡Está bien!, si eso lo que quieres, ya no soporto tus cantos un minuto más. -Se rompió. -Es mi culpa, todo es mi culpa, cuando desperté sus piernecitas ensangrentadas ya estaban en mis manos, solo sentía ira y él, me miraba petrificado, lo ataqué también con el cuchillo, se desvaneció enseguida pero sus ojos seguían condenándome, por eso se los quité. El provocó todo esto, ¡¿Por qué mintió?! ¡¿Por qué me dijo que no era mío si lo tuve nueve meses en el vientre?! ¡Ahora es mi culpa que los dos estén muertos!

-¡¿Muertos, cómo te atreves!? -Grité. -No la escuches mi niño, está loca.

-Acéptalo ya, deja de abrazar sus pies. Tú misma me creaste en ese momento para matarlos por ti. -Me seguía atormentando.
-¡Largo! Sal de mi cabeza ya aguanté suficiente. -Desesperada.

-... -No respondió.

-¡No, espera! No me dejes sola con la culpa. -Lloré, pero ya había desaparecido.