Mi serendipia

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Puedo recordar con claridad los detalles de ese día, los olores a mi alrededor, el color de su sombrilla, la temperatura de su mano cuando tomó la mía, el sol estaba tan brillante que no pude ver su rostro hasta que me ayudó a levantarme, recuerdo que nos reímos mientras sacudía mis mejillas. Me invitó a un helado para disculparse por haberme hecho tropezar, hablamos de sabores, música, deportes, política y paciencia, y al caer la noche nos sentamos en la playa a armar constelaciones. Así pasamos los siguientes cuatro meses, nos gustaba dibujar las formas que descubríamos en la nubes, decía que todos veíamos cosas diferentes según nuestros anhelos; lo que yo creía que era un rostro él lo interpretaba como un dragón, quería vivir aventuras, viajar, conocer, y yo ya estaba viviendo la mía cada día que pasaba con él. A veces escribíamos nuestros deseos en la orilla del mar, era una tradición hacerlo los lunes, así, una vez que el agua arrastrara nuestras peticiones el mar las cumpliría durante el resto de la semana. Un día escribí su nombre y el mío sin que se diera cuenta, traía un mal presentimiento desde la noche anterior, en que me había regalado su constelación favorita. Después de dejar la playa fuimos al museo un rato, a las seis me dijo que ya era hora de que se fuera a casa y me dio un beso en la frente. No lo volví a ver por unos años, abandoné nuestra tradición pero continué visitando la playa sola, creo que en parte para mirar las nubes, en una ocasión vi un dragón en el cielo y me acordé de él, sonreí y las lágrimas se escaparon inconscientemente, entonces tomé una ramita que algún niño había dejado por ahí, pero esta vez escribí solo su nombre y me senté a contemplarlo en la orilla. Esa tarde, cuando la espuma borraba la arena sobre mis pies, volvió.

Memorias perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora