Habían pasado dos años y medio desde que Lucas había pasado a ser uno de los choferes de confianza de Antonio Lutero a ser el jefe de seguridad de la pareja de este mismo. Con el que dicho sea de paso hablaba en esos momentos.
-Está bien, soy un policía, Lucas. Puedo cuidarme solo- al hombre le parecía ridículo que su novio le asignara guardia personal cuando trabajaba como policía 6 días a la semana. Estaba seguro de que su querido amante ya había movido algunos hilos a sus espaldas para darle horarios de trabajo privilegiados, pero después de dos años ya encontraba cansado discutir por esas cosas-. ¿Algún día me dirás a dónde vas en estas fechas cada año?- preguntó con curiosidad aunque sin esperanza de que Lucas le contara, su guardián era bastante reservado.
-No es la gran cosa, solo una revisión de salud. Me tope con una plaga peligrosa cuando era adolescente y me hago chequeos anuales para que todo siga bajo control- explicó por primera vez. A Carlo le sorprendió la confesión y aún más el contenido de esta.
-Vaya, no tenía la menor idea, creí que los lobos no se enfermaban- comentó, incluso él que era humano se había vuelto inmune a las enfermedades después de ser mordido por su pareja- ¿así que hay plagas que pueden afectar a los lobos?- tremenda plaga debía ser.
-No es común pero existen- aclaró Lucas, aunque no se detuvo a aclararle que la plaga de la que él hablaba en especial no era una enfermedad, había sido más bien un mal destino.
-Entiendo, no te preocupes. Matías se quedará a cargo como cada año, estaremos bien, prometo cuidarme en tu ausencia- sonrió levantando una mano para apoyar su promesa.
Lucas negó con una sonrisa pero terminó por despedirse, esos tres días anuales eran los más difíciles del año. Tras despedirse de su jefe directo pasó a despedirse del GRAN jefe. Lo encontró en su estudio como de costumbre y como sabía que estaba ocupado solo le dio una despedida rápida.
-Jefe, me marcho-anunció, era solo un último despido ya que de antemano había dejado todos sus asuntos laborales en regla.
-Está bien. Dale mis saludos a tu padre- Anton respondió desde su escritorio.
-Lo haré y jefe...- dudó un poco antes de hablar.
-Si vas a decir gracias de nuevo voy a patear tu peludo trasero Lucas, eres un Lutero, aunque tomaras el apellido tarde nuestra sangre aún es la misma, esta familia no te ha hecho ningún favor- le recordó y Lucas asintió aunque solo sentía más ganas de agradecerle. Se despidió con un asentimiento de cabeza y cerró la puerta.
-Gracias...- susurró cuando la puerta ya estaba cerrada y aún pudo escuchar el grito desde el interior.
-¡Te escuché! ¡Lárgate antes de que te eche a patadas!
Lucas se sobresaltó y se apresuró a marcharse, a menudo se ponía nervioso frente a Anton y era simplemente porque era su jefe y lo respetaba, poco tenía que ver con ser un alfa o no, era su empleador y con esa sola razón siempre era cuidadoso a su alrededor.
A Lucas el asunto de alfas no le afectaba demasiado, en ese sentido era más humano que lobo, un alfa al azar en la calle no le intimidaba, pese a ser un beta de clase baja. Sin embargo un beta de clase alta un par de rangos arriba de él en el trabajo podía hacerlo sentirse nervioso. En especial Anton lo ponía inquieto, era el Alfa que lo había ayudado cuando más lo necesitaba y eso lo valoraba mucho, constantemente temía defraudarlo como lo había hecho con su padre, aunque este nunca lo dijera.
Lucas tomó un vuelo esa misma tarde y se internó en una clínica privada que se especializaba en criaturas paranormales y podía atender su caso. Su familia lo visitó esa misma tarde y su padre y su madre se turnaron para cuidar de él durante esos días.