Capítulo I: Hermano Sol, hermana Luna

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  • Dedicado a A St. Florianer Sängerknaben
                                    

Él estaba en todo,

ya no lo está más.

Maurice Maeterlinck

Aún no había amanecido y ya el teléfono sonaba insistente­mente. Geri, aturdida, se levantó de la cama para contestar y estuvo a punto de caer al suelo. Se frotó los ojos, hinchados por el sueño.

-Buenas noches, ¿quién eres? -dijo una voz desde las tinieblas. Era Martin, el hermano menor de Geri. Estaba sentado en el borde de la cama y tenía en sus manos un telé­fono de juguete. El niño susurraba ante el minúsculo apara­to, parecía conversar con alguien. Geri pudo entrever en la penumbra, su pijama infantil, el saquito ancho, el pantalón de franela. Dada la hora, no percibió ruidos del exterior, salvo el canto de un búho que había anidado en uno de los árboles del bosque de olivos.

-¿Fue tu teléfono el que sonó? -preguntó Geri-. ¿A qué estás jugando?

-No, número equivocado. Esta es la familia Croizen.

Los ojos del niño, siempre tan plácidos, habían ad­quirido, de pronto, una expresión dura. Geri lo miró sor­prendida, pero después, recordando que era solo un juego volvió sonriendo a su cama, desde donde escuchó que Mar­tin reiniciaba la extraña conversación:

-¿De veras? ¿Y cómo sabes que estás muerto? -su­surró el niño frente al teléfono.

-¿Qué dijiste? -murmuró Geri.

-Porque tengo frío y camino a tientas. Eres el único que puede escucharme.

-Fuiste tú quien habló, ¿verdad? -preguntó Geri, pero la voz que había pronunciado la última frase era nasal, y un poco ronca, muy distinta a la de su hermano. Martin salió de la habitación a tientas. El niño estaba sonámbulo.

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora