Capítulo XXIII: El gato con botas

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¡Ba, be, bi, bo, bu, bé!

El gato se puso sus botas,

se va de puerta en puerta

a jugar, a danzar,

a bailar, a cantar -

¡Push!, ¡shú!, ¡yenú! y ¡buu!,

"Debes aprender a leer,

a contar, a escribir,"

le gritan de todos lados.

Pero... ¡rikketikketáu!,

el gato se parte de risa,

al volver al castillo:

¡Es el gato con botas!

Maurice Carême, "Ba, be, bi, bo, bu, bé"

Una semana antes de Navidad, Mina se hallaba en la escuela aledaña al templo, preparándose para salir con el grupo pa­rroquial de niños y jóvenes a visitar a las familias de la ciudad de Salem. Como ese año el padre Juan de la Cruz solo había admitido a chicos, ella tuvo que llorar, gritar y patalear antes de ser reconocida como miembro del grupo. Sin embargo, a petición general, debía pasar por una segunda prueba: tenía que vestir el traje de "Black Peter", el elfo negro que, según la leyenda, ayuda a san Nicolás en la jornada de Nochebue­na. Black Peter es el encargado de visitar a los niños que se han portado mal durante el año, a quienes "regala" chicota­zos y trozos de carbón en lugar de dulces, naranjas y nueces.

Los muchachos de la parroquia lanzaron a Mina las prendas que conformaban su disfraz: un gastado sombrero de copa que llevaba adherida una peluca gris y greñuda. Una másca­ra de goma, la cual se hallaba "adornada" con algunos deta­lles: unos furibundos ojos brillantes y amarillos, rodeados de arrugas; una nariz de ventanas anchas, cuya punta se hallaba doblada como un garfio o como un pétalo podrido. Sobre aquella nariz monstruosa descansaba un sapo minúsculo y contrahecho. La boca del elfo lucía atiborrada de numero­sos dientes: blanquísimos, filudos, triangulares. El mentón era muy pequeño y desaparecía casi bajo los pliegues de una papada descomunal. Completaban el disfraz, un chaquetón de piel de cordero, pantalones y botas negras de paño, y unos escarpines con campanas de plata, las cuales alboro­taban al menor movimiento. El efecto de este conjunto era impresionante.

Martin Croizen, en cambio, había sido aclamado obispo-niño el día de san Nicolás y, esa misma mañana, debía montar un precioso caballo blanco e ir a la cabeza de la comitiva. Como era costumbre, tenía que vestir una sotana color púrpura, pero luego de verlo, las mujeres que cosían los trajes para los sacerdotes del templo decidieron confeccionarle algo distinto, "más acorde con su belleza". Así, Mina fue testigo de cómo Martin desapareció bajo las manos de aquellas mujeres, para surgir enseguida engalana­do como un rey.

—¡Y vaya que teníamos razón! —gritó palmoteando una de las jóvenes.

—De prisa, ángel mío —dijo otra, alcanzándole al niño unos aperos—. ¡Hay tantos regalos que repartir!

Los muchachos del grupo lanzaron una exclama­ción de asombro cuando vieron a Martin salir de la escuela. Aquel traje en verdad le sentaba bien: llevaba una sobrepe­lliz de terciopelo azul, la cual ostentaba dos hileras de her­mosos botones de oro. El pantalón, de buen corte, era del mismo material, y las botas eran de gamuza negra. Llevaba también una capa muy corta cubriéndole los hombros, pero pronto se deshizo de ella; la misma suerte corrieron la mitra y el báculo que le ofreciera el padre Juan. Ambos accesorios quedaron olvidados en el jardín de la parroquia.

—¿Qué mejor corona que su cabellera? —suspiró una de las modistas, al ver partir a Martin a todo galope. Fue la primera en recibir un latigazo de las manos de Mina.

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora