Sísifo continuó con su trabajo con normalidad dentro de lo que se podía considerar normal.
Al día siguiente de su lamentable enfrentamiento contra su atacante nocturno a la mitad del bosque, los animales extraviados aparecieron dentro de sus respectivos corrales, tanto el pura sangre de su señor como su fiel mestizo. Al menos con su regreso consiguió el perdón del pasha hacia él y hacia todo el personal del establo, los cuales ya podían respirar más tranquilos al quitarse el peso de los maltratos del superior.
Durante el día todo era normal.
Gracias a que sus heridas habían desaparecido podía trabajar libremente bajo el sol seco de Grecia entrenando a los caballos, a los cuales recompensaba con trozos de zanahoria cuando hacían lo que les pedía pues confiaba en que el entrenamiento con estímulos era más efectivo que con castigos.
Sin embargo, ahora recibía a las noches con cierta inquietud.
Después de asegurarse que todos los animales estuvieran debidamente encerrados en sus corrales se resguardaba en su cuarto, comprobando también que las ventanas y las puertas estuvieran perfectamente cerradas, pues durante la noche ya no encontraba paz, juraba que unos ojos violetas lo observaban seriamente.
Podía sentir manos recorriendo su cuerpo, labios besándolo, dientes y uñas que rasgaban su piel, una lengua jugueteando con sus puntos erógenos, despertando su cuerpo, humedeciéndolo, ahogándolo en el calor que lo abochornaba y lo desesperaba por desear regresar el favor al que era sometido.
Sísifo también quería tocar, besar, morder y lamer; someter enteramente al dueño de esos ojos violetas hasta verter su ardor dentro de su cuerpo para apaciguarse. Quería hacerlo suyo de formas en las que nunca había pensado, más todo quedaba en sus sueños subidos de tono que se esfumaban cada que abría los ojos, buscando al dueño de sus sueños desesperadamente entre la oscuridad mientras jadeaba para recuperarse de su calentura, pero siempre se encontraba solo.
En las noches ya no encontraba paz y no sabía qué hacer para recuperarla.
Pero sabía quién era el responsable y estaba dispuesto a encararlo nuevamente para exigirle que lo dejara tranquilo de una vez por todas.
Con una antorcha en mano cabalgó bajo la oscuridad del cielo nocturno en Atenas, buscando a aquel demonio que se hacía llamar "Cid". Lo buscó de un extremo al otro de la ciudad, en todo lugar en el que vislumbrara un poco de movimiento nocturno, más sus cabalgatas eran de lo más tranquilas al no dar con él.
Al cuarto día de sus búsquedas nocturnas aventurándose por los rincones peligrosos de la ciudad, su caballo se puso tenso y se negó a seguir hacia donde su amo le indicaba, por lo que lo ató afuera de una casa antes de seguir su camino a pie, deteniéndose en seco al encontrarse con la figura alta de cabellos negros que abrazaba a lo que parecía ser una muñeca grande de trapo mientras ocultaba el rostro entre su cuello.
—Demonio...
Cid alzó el rostro, sonriendo al escuchar nuevamente su voz, soltando sin cuidado alguno el cuerpo que cayó pesadamente sobre el suelo. Sísifo tragó duro al percatarse que se trataba de una mujer y temió lo peor, sin embargo eso no sería lo más asombroso que verían sus ojos esa noche, cuando Cid volteó para encararlo pudo observar como cambiaba, su piel blanca y dura como el mármol se volvió ligeramente rosa pálido y parecía ser suave como si estuviera hecha de seda, sus ojos grises comenzaron a captar los tonos alrededor de su piel coloreada y sus pestañas oscuras, otorgándole ese bello color violeta que encontraba fascinante, y su cabello negro se volvió más oscuro y lustroso.
—Humano...
Sísifo achicó la mirada y apretó las manos alrededor de la base de la antorcha, dispuesto a defenderse con ella si era necesaria, colocándola entre su cuerpo y el de Cid. —¿Por qué no paras de molestarme?
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Llévame (SísifoXCid) FINALIZADA
Fiksi PenggemarSísifo, un joven que se dedica a domar y atender a los caballos del actual gobernante de Athenas bajo el régimen del imperio turco otomano en 1753, pierde uno de los caballos de su señor en medio de la noche, por lo que salé a buscarlo, sin imaginar...