Capítulo 15

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Nagisa había vivido prácticamente entre mentiras, juegos y extrañas situaciones que jamás le dejarían entrever a los sentimientos como algo profundamente maravilloso y propio del ser humano, como los hacían parecer entre los libros o las novelas que solía ver con Akari.

El sentimiento que mantenía dentro de sí no era, ni por asomo, tan dulce o tan dramático como lo presentaban.

Pero tampoco podía serle tan indiferente a éste como el resto de los protagonistas de sus respectivas historias.

No obstante, desde hacía años, había planeado ocultar lo que atesoraba tras un velo de secretos.

Temiendo que, por muy cálidos que estos fuesen, pudiesen derretir aquellos inconvenientes que observaba con total aspereza en sus acciones.

Nagisa despertó con un mal sabor en su boca, recordando que no se había lavado los dientes en ya dos noches, y gimió. A trompicones se levantó de la cama, dejó las orquídeas un poco maltratadas sobre la mesa de noche al lado de su cama y caminó, nuevamente, a trompicones hacía el baño.

No había hablado con Shima, o con Dorma, o con Yuuki.

Había ido a su habitación apenas se separó de Akane, cuando ella le había susurrado al oído que todo estaría bien, y que tendría una visita bastante especial.

Nagisa, ansioso, regreso la mirada al estuche de violín.

Permanecía impasible en su pequeño mundo, en su jaula de oro.

Y llevo su mano izquierda al hombro un suave roce a las vendas que le dolió muy poco, al menos era inferior al del día anterior.

Un miedo le asaltó tan rápido como se marchó (la idea de no poder volver a tocar jamás en la vida).

Sólo entonces se permitió pensar en lo cambiados que estaban los chicos. Buscando una distracción que apaciguase el dolor en su pecho.

Dora se había hecho base y un decolorado en su cabello que le hacía parecer del cobre al dorado en un brío suave y cálido, el cabello rojizo que había heredado de su madre no era, ni por asomo, tan brillante o sedoso como el de Karma.

Sus facciones también habían cambiado, no radicalmente, pero ya no podía ver a la niña que compartía tantos rasgos con el Akabane menor, sino a una señorita que ya no podría vestirse con la ropa de su hermano para hacerse pasar por él y robar todas las tortitas de avellana de la cocina (pero siempre la atrapaban, a Karma no le gustaban más que las de frutillas y fresas).

Su cuerpo también había cambiado, ya no podía parecerse en lo absoluto a su hermano.

Shima tenía ese cabello azul marino que sólo se había hecho más oscuro cuanto crecía, de niño podía ver la profundidad insospechada del mar, aquella en la que no llega la luz, rodeado de fría oscuridad.

Pero quizás así lo recuerde porque fue así como se conocieron.

Incluso sus ojos negros, en el pasado estaban desprovistos de brillo o calidez, y en ese momento parecían gritar que estaba vivo.

"Ah, lo hemos logrado. Seguimos con vida".

Brillaban como el universo con miles de estrellas quemándose y proporcionándole luz, aunque ajena de calidez.

Yuuki, era el que más había cambiado. Ya no estaba ese niño que le tomo la mano, presos del miedo y casi inconsciencia, con su cabello azulado rojizo, un violeta agudo y brillante. Y aquellos fríos ojos avellana.

Alguna vez aquellos ojos avellana le vieron con terror, luego con solemnidad, y en algún punto entre esos minutos, esas horas, esos días, esas semanas... se convirtió en una promesa.

Viaje a través de ti.Where stories live. Discover now