El galopar de los caballos y el mover de las hojas por el viento era lo único que se oía dentro del lugar en el que se encontraban. Donghyuck guiaba a su Rey por los escabrosos caminos del bosque, buscando un lugar solitario y tranquilo en donde pudieran conversar sin mayores conflictos.
Taeil confiaba en Donghyuck, lo que quería decir, que también confiaba en que estaría de acuerdo con su decisión, a pesar de que ya haya dicho que no.
El joven soldado lo llevó hasta un valle, tan vacío y solitario como lo era, en realidad, cualquier lugar fuera del reino.
Dejaron los caballos parados junto a los árboles y se pusieron en marcha. Donghyuck tomó la mano de su Rey, aquí no había nadie quien pudiera descubrir lo que hacían, por lo que no había miedo de por medio. Eran libres, nadie los juzgaría por satisfacer su amor pasional.
Se recostaron encima del pasto a sugerencia del mismo Rey, y él, también, tomando la iniciativa, tomó a Donghyuck y lo estrechó entre sus brazos para depositar suaves besos sobre sus labios. El menor sonreía al sentir el frio sobre sus ardientes labios, provocándole cosquillas. Y justo en el momento en donde volvieron a besarse, fue que el sol del alba se asomó entre el cerro, esparciendo sus rayos y descansando sobre ellos. El Rey sintió su calor apenas apareció, lo que encendió aún más sus sentidos.
Sin embargo, el fin de su amor pasional estaba por llegar.
—Lo siento, Su Majestad —se disculpó, separándose de Taeil.
El Rey lo miró, confundido.
—Lo siento, Su Majestad, pero no podemos seguir juntos —repuso, incorporándose del suelo y mirando al Rey con tristeza.
Taeil se estremeció del miedo. Los orbes de Donghyuck no brillaban en lo absoluto. Se veían apagados, su brillo se disipó en la fracción de un segundo. Estaban opacos y oscuros como la misma noche.
—¿Por qué? —inquirió él, sintiendo su voz temblar.
—Porque usted es frío como el invierno... y yo soy ardiente como el mismo infierno. —Le explicó—. La Luna y el Sol están destinados a estar separados, porque son el completo opuesto del otro. Soy destructivo, y usted está en peligro si se encuentra cerca de mí.
—No entiendo, Donghyuck... —replicó en un susurro. Empezaba a asustarse.
—No, Donghyuck no. Mi nombre es Lee Haechan. Y soy el último y único heredero al trono de la dinastía Solar. —Dijo, desenvainando su espada.
Taeil se incorporó del suelo en un salto, abriendo sus ojos de par en par al comprenderlo. Eso quería decir que... ¿todo había sido un engaño?
—Soy el Pleno Sol que ha estado cuidando minuciosamente de los restos que usted y sus predecesores nos dejaron con tanta crueldad. Eso significa mi nombre y ese es el lema que mis difuntos padres me dejaron cuando usted y sus antecesores los mataron por culpa de su deseo de poder y corrupción.
Taeil tragó saliva con fuerza. El filo de la espada estaba demasiado cerca de su rostro, y no había manera de defenderse más que una pelea de espadas, pero el Rey había confiado tanto en Donghyuck, que dejó ingenuamente su espada guardada con su corcel.
Tenía que escapar, tenía que defenderse antes de que ocurriese una tragedia. Podía ver el odio y el rencor reflejados en los ojos de Haechan, y sabía que de aquí no saldrían hasta que uno de los dos terminase muerto.
Se puso de pie con cuidado, sin perder de vista al soldado, que no le quitaba la espada de encima. Taeil seguía pensando en alguna manera de defenderse. Sabía pelear, más que ningún otro, pero una pelea con una sola espada era una derrota casi segura, más si se trataba del soldado que salvó a su nación.
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eclipse ー taehyuck
Hayran KurguEl Sol y la Luna se juntaron para hacer real su amor, sin embargo, el calor del Sol fue tan fuerte que terminó convirtiendo a la Luna tan sólo en polvo y cenizas. No te ilusiones, esta no es una historia de amor. ↪ Historia corta. ↪ Ambientado en e...