Prisionera.

21 7 6
                                    

Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos volvemos esclavos de los límites, aquellos que son impuestos, que nos condenan a seguir por la línea de la "rectitud", son el claro ejemplo de que la vida no es vida si no la vivimos, porque triste es la existencia de aquel que es sometido por las cadenas sociales, condenado a ver las sombras de una falsa realidad, esperando entre llantos un sueño que nunca será realizado. 

Desde su recinto, ha de admirar el vacío que deja la soledad a la que fue sometida, viviendo entre penurias y angustias sus días, esperando la hora en la que sea capaz de poner fin a su dolor.

Los días haciéndose semanas y las esperanzas siendo cada vez más nulas para esta pobre dama y desde el balcón de sus aposentos, ha de observar una figura muy peculiar, el cual cambiaría su forma de ver la vida. Un apuesto hombre amante de la naturaleza, luciendo un look muy extrovertido, merodeaba las calles cercanas a la residencia de Cristina, haciéndola perder la tan afamada compostura por la cual era distinguida, debido a que provenía de alta cuna. Con una mirada que refleja intriga, ha de observar a lo lejos al joven que le robaría el corazón. 

Todos los días, a las 3:45 de la tarde, el joven desconocido al salir de su trabajo merodea cerca de la residencia, debido a las hermosas plantas nunca antes vistas en esa región que adornan la entrada, siendo éstas muy llamativas ante la mirada de los transeúntes. La oportunidad perfecta para que Cristina pudiese admirar a un amor que jamás será correspondido. 

Fantasías en las que ella es libre, recorren su mente desde aquel incidente, porque lo que no sabía, era que el amor que ella sentía sería su perdición.

Un trágico día, una petición de una noble familia ha llegado a manos de sus padres, la cual no era más que una propuesta nupcial, casi al instante el padre decide lo que sería mejor para su estatus, por otro lado, la madre se ve inconforme, pero ante la respuesta de su esposo no pudo hacer más que solo observar, por miedo a ser golpeada.

Tras haber pasado varios días y sin siquiera saberlo, su verdadero infierno se haría presente incluso antes de su muerte. La tarde del 8 de agosto una visita inesperada cambiaría la vida de Cristina, un joven irrumpe en sus aposentos, el cual no dijo su nombre, Lucía apuesto, pero llevaba una incómoda mirada que desprendían superioridad. Le dice a Cristina en una forma muy tosca, " tú serás mi nueva adquisición", al decir estas frías palabras, sin esperar siquiera una respuesta, el apuesto hombre se retira de sus aposentos, dejándola totalmente consternada. Al cabo de unas horas su madre entra para tratar de hablar con ella, para tratar de explicarle lo que sucedía y porque pasó, ella al escuchar eso, le dice a su madre que se ha enamorado de alguien más, a lo que su madre le responde que es algo que no podrá ser, puesto que su padre había tomado una decisión, y guardando se el comentario que hizo aquel extraño le dice, "está bien".

Días enteros, en los que el recordar de aquellas palabras los vuelven angustiantes, siendo su único consuelo el esperar que aquel chico pase como es costumbre a admirar las plantas. Desde su balcón ha de admirar a aquel chico, tan lleno de vida, con una sonrisa sincera, capaz de atenuar la precisión a la que se ve sometida. 

Sin libertad de opinar.

Sin libertad de pensar.

Pasados 2 meses, el día nupcial ha llegado y un sentimiento tenso no la deja aclarar su mente. Al salir de su casa con rumbo a la iglesia logra ver a los ojos por primera vez al chico al que ella admiraba desde su ventana, y con lágrimas en los ojos le dice " lamento nunca haberte hablado", a lo que el joven, con una mirada confundida, le pregunta si se conocían de antes, puesto que es la primera vez que veía a esa chica, ya que nunca se detuvo a ver algo más que no fuese las plantas de la residencia. Cabizbaja, con los ánimos por el suelo y sin mediar una palabra más con el joven, la desdichada Cristina sube al auto de su padre rumbo al matrimonio. Estando en la boda no hace más que pensar en la mirada extrañada de aquel joven, sabiendo ella que nunca tuvo oportunidad de evadir su destino. La pregunta decisiva ha sido formulada, y ella resignada responde por inercia, sellando el pacto con el causante de su muerte. 

Lo que se debió llevar el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora