Capítulo XIV

27 7 0
                                    

No había pasado ni un día desde mi extraño encuentro con los dos príncipes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No había pasado ni un día desde mi extraño encuentro con los dos príncipes.

La prueba final estaba cada vez más cerca y eso me ponía bastante nerviosa pero, lo que me emocionaba mucho más era descubrir todos los secretos que poco a poco habían estado apareciendo.

Emocionada por las cosas que posiblemente saciarían mi curiosidad, salté de la cama para levantarme.

Tomé el vestido que me había preparado Sarah y me lo coloqué rápidamente.

—¿Por qué tan emocionada? —pregunto Sarah con una sonrisa en su rostro.

—Por nada. Tengo un buen presentimiento. ¿Me ayudas a peinarme?

—Por supuesto.

Sarah tomó con delicadeza mis mechones de cabello y comenzó a trenzarlos con experticia.

—¿Dónde aprendiste a trenzar de esa manera?

Sarah se sonrojó levemente ante mi pregunta.

—Mi madre también trabajó en el castillo así que me enseñó cuando era muy pequeña. Con el paso del tiempo fuí practicando, especialmente con mi hija.

—No sabía que tenías una hija. ¿Cuántos años tiene?

La mirada de Sarah se tornó oscura, triste.

—Lamento si te incomodé. No era mi intención —exclamé al ver su expresión.

—No se preocupe, sucedió hace mucho. —Sarah abandonó su mirada de mi peinado y fijo sus ojos tristes en mi a través del espejo —. Mi hija. Mi única hija. Murió a sus cuatro años por una enfermedad. —Hizo una pausa—. Estaba en perfecto estado y de un día para otro, enfermó. Mi esposo y yo no teníamos dinero para comprar la cura. Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance. Intenté pedirle ayuda a el rey pero se negó.

No podía creer lo que estaba escuchando. Que una persona tan buena y pura como Sarah, hubiera sufrido tanto en su vida y que cuando más necesitaba ayuda, nadie estuviera ahí para proveersela.

—Intentamos infiltrarnos en el reino vecino pero si lo hacíamos seríamos perseguidos por el resto de nuestras vidas. Además, mi hija no estaba en condiciones de viajar.

Mi cara se contrajo con confusión. ¿Acaso ella estaba como esclava en el castillo?

—¿Por qué? —pregunté.

—Como le dije antes, mi madre trabajó en este castillo. Fue vendida a este castillo.

Mi sorpresa antes sus palabras era evidente y no podía evitar sentir pena por ella pero tampoco eludir un pensamiento. Los antiguos reyes no eran tan benevolentes como contaban las historias.

—Como mi madre murió joven, —continuó— no pudo completar su contrato, así que sus tareas se trasmitieron a su primogénita, yo.

Rápidamente me levanté y la abracé.

Reinas y Reyes [La Competencia Por La Corona]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora