El constante goteo del techo, indicaba que la tormenta había terminado. Aunque la temperatura seguía baja, no podía dejar de preguntarme, ¿Dónde estoy? ¿En qué condado estamos? ¿Cuánto tiempo dormí? Tampoco, tengo conciencia o idea del sitio en el que estamos. Por ahora, puedo mirar la sucia ventana, con bisagras oxidadas, por la cantidad de años que no se han cambiado, lo mismo pasaba con las paredes, el cielo y la cama.
Mis manos seguían atadas a los fierros del viejo catre, solo tenia libre los pies y no podía hacer mucho con ellos. Lo único que me importa, es la salud de mi hijo que muy pronto puede nacer. Ese es el miedo, miedo a perderlo de mis brazos, pues es lo único que me va quedando del triste recuerdo de Matthew.
A veces, sigo escarbando en los recuerdos del subconsciente, intentando investigar las ultimas palabras que me dijo August en el suelo antes de caer débil por la bala que perforo el tórax. Será cierto, será mentira, será una ilusión o no se que mierda es verdad o que puede estar pasando por mi mente que sigue albergando dudas y más dudas.
Mordiéndome el labio inferior, las lagrimas caen haciendo un camino en mi mal lavado rostro, con los ojos cerrados, culpándome por el silencio que mantuve, por miedo a la verdad y actualmente estaría sola, sin apoyo, sin ayuda económica, viviendo en la penuria y en la falta de afecto.
¿Cómo lidiar con el dolor que sigue en tu cabeza y no se puede quitar ni con la larga lista de medicamentos que indican, ni las terapias o si sigue persistiendo el desgarre en esa herida que aún sigue abierta? ¿O si realmente nunca funciono ningún método, pues entonces tendría que sanar por si sola? La respuesta, es no tengo la menor idea.
El silencio sigue siendo la mejor compañía, acobijándome con sus brazos, ayudándome a sanarme por si sola, sanar con algo que no sabes como enfrentar o contar la verdad frente a todos los que te rodean. A pesar de todo, siempre he sido buena y nunca falle, hasta que murió Mila sin poder ser atendida de urgencia y insinuando la muerte de Matt.
¡Maldición, todo es mi puta culpa! ¡Siempre lo ha sido!
¿Dónde está mi mamá, con su bostezo de madrugada intentando calmar mis llantos de pesadillas a los cinco años? ¿Dónde está mi papá y sus investigaciones que provocaban explosiones a ultima hora por calcular de manera equivocada las dosis? ¿Dónde esta Luke con sus groserías y sus borracheras de adolescente que observe por largos años? ¿Dónde esta Amelia, esa chica que sonreía y recibía trofeos por ganar competencias de deletreo?
Nada de eso existe, ahora el tiempo se ha dedicado de ayudarme a encerrarme en mis emociones y en los sufrimientos de los demás sin entenderme a mí misma.
Es loco, pero estar encerrada en cuatro paredes te hace cuestionarte en mayor profundidad tus emociones y lo que tu mente puede abarcar.
O eso puede significar una cosa, están drogándome.
La puerta expulso un chirrido, alguien ha entrado sin poder identificarlo por su ropa, pies o voz, incluso por aromas. Y si el instinto no falla, el aroma a moras del cabello es de Mabel, quien más podría estar duchándose con un champú económico con una intensa fragancia como lo era este.
̶ Amelia, ¿puedes escucharme? – cruza sus manos sobre mis ojos, solo le asentí – Te he traído la comida.
̶ No tengo hambre – el plato consistía en una arroz y verduras de temporada, no eran de mi agrado.
̶ Debes comer, tienes un bebe en tu vientre – levanto la cuchara del plato para intentar darme de comer
̶ Esta muerto, no se mueve – fije la mirada en el suelo, estoy rendida.
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Amelia Walker, Revelación© Parte 2
Novela JuvenilLa verdad parecía una completa mentira. Y yo, no estaba preparada para saberlo.