3.

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El pueblo completo se había enterado de la noticia y muchos habitantes se sumaron a la búsqueda que la guardia real realizaba cada dos horas sin resultado alguno. Aquello solo encogía el corazón de Anna, mientras que la impotencia y la rabia recorrían el cuerpo de la reina, quien no había comido ni descansado absolutamente nada, siempre tratando de ir con cada escuadrón, deseando con todas sus fuerzas que todo esto fuera una pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento. 

–¿Qué haces de pie? -preguntó Kristoff entrando a la habitación con una bandeja de comida en las manos. 

–¿Qué no es obvio? Saldré a buscar a mi hija.

–Sabes que nadie te va a dejar salir, ¿verdad? -dejó la bandeja sobre la mesita –Al menos hasta que Elsa crea que estás mejor. 

–Lo estaré cuando tenga de nuevo a Nilsa en mis brazos. 

–Y estoy haciendo hasta lo imposible -habló Elsa desde la puerta. –Así que necesito que te quedes aquí para que te recuperes. 

–Me tratas como si no me conocieras. Un par de moretones no van a detenerme. 

–Anna, por el amor a los dioses, ¿puedes hacerme caso una vez en tu vida?

–No. 

 –Lo harás -afirmó Elsa en un arranque de impotencia que escondió detrás de una postura autoritaria. Tenía tanto miedo de perder a Anna que no tuvo más opción que usar su último recurso. –Porque lo digo yo, TU reina, a quién le debes obediencia. 

Tras escuchar aquellas palabras la pelirroja dejó de abrocharse la enorme gabardina y miró desconcertada a la rubia, mientras un tímido Kristoff caminaba sigilosamente hasta la salida, deseando no presenciar la discusión que aquellas simples palabras habían iniciado. Se sabía que las hermanas se amaban, pero cuando no estaban de acuerdo en algo el choque de sus ideales terminaban en una tediosa discusión, sobre todo ahora que el tema giraba entorno a algo muy delicado. 

–¿Dime que no he escuchado algo tan absurdo? -preguntó Anna. –¿O acaso quieres que te diga quién soy yo para ti? 

–Anna, necesito…

–¡No! -gritó la pelirroja. –Esto no es sobre lo que tu necesitas. Esto se trata sobre NUESTRA hija. Así que no vengas con tus tonterías de sobreprotección, jerarquía o lo que se te ocurra, porque sabes bien que  así como tú, yo tampoco voy a parar hasta encontrar a Nilsa -afirmó dejando que las lágrimas empezaran a bañar su rostro. –Sobre todo, si esto ha sido mi culpa.

–Deja de pensar eso, porque no es verdad. 

–Fui yo quien le pidió a Kristoff ese paseo por las veredas fuera del castillo, alejados de la protección. Yo entregué a nuestra pequeña… Yo… - el llanto empezó a intensificarse. –Estás en todo tu derecho de odiarme, pero no me impidas ayudar. 

–Cariño, no, yo no te odio. Lamento si mi comportamiento de las últimas horas te hizo pensar eso, pero verte herida me generó un miedo terrible que lo consumió todo y tras lo de Nilsa… -acarició el rostro amoratado de la pelirroja – no me puedo permitir perderla a las dos. 

–La vamos a encontrar, ¿verdad, Elsa?

–Y lo haremos juntas -afirmó mientras dejaba un delicado beso sobre aquellos labios aún heridos. –Como la pareja que somos. 

A pesar del mal momento que estaban pasando, se dieron unos minutos para disfrutar un poco de aquella paz que su amor les transmitía cuando estaban juntas. Sin embargo, el toquido insistente contra la puerta las sacó de su confortante burbuja. Colocándolas en una extraña escena que parecía deja vú, mostrando a un joven apuesto bastante parecido a Hans, pero sin las enormes patillas que lo caracterizaban. 

La prueba de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora