6.

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Al fin habían llegado a Arendelle. El lugar no había cambiado mucho en su estructura, o al menos eso es lo que Anna podía observar desde la cabaña en donde se hospedarian. Aquella cálida casita de madera había sido acondicionada por Ryder a petición de Kristoff, con el que todos estuvieron de acuerdo que llegar como si nada al castillo sería una locura. Necesitaban un plan si querían detener la guerra que el duque de Welsinton, ahora Rey de Arendelle, estaba planeando. Así que cada uno esperaba paciente mientras Gale susurraba al oído a Elsa cosas que solo ella entendía. 

–¿Y bien? -preguntó Anna al ver a la rubia entrar.

–Al parecer no esperan nuestra llegada. El factor sorpresa es nuestro mayor aliado de momento. 

–Excelente. Debemos crear lo más pronto posible un plan. 

–Cariño, eso estaría muy bien, pero ha sido un viaje muy largo. ¿Por qué no vamos a dormimos un poco primero y mañana al amanecer hablamos?

–La reina tiene razón -apoyo Pabbie.

Anna conocía tan bien a la mujer que desde hace varios minutos fingía dormir a su lado, que estaba completamente segura que escondía algo, por eso decidió vigilarla, esperando que hiciera algún movimiento extraño como el de ahora, dónde salía a hurtadillas de la cama mucho antes de que el sol empezará a verse en el horizonte. 

–Kristoff -susurró Anna mientras meneaba sutilmente a un dormido rubio. 

–¿Qué ocurre?

–Necesito que cuides de Nilsa. 

–¿Qué? ¿Por qué? -indagó incorporándose –¿A dónde vas?

–Todo está bien. No puedo explicar mucho ahora, pero necesito ir tras Elsa.

–¿Siempre será así? -sonrió con amargura. –¿Yendo siempre detrás de ellas?

–Ahora no, Kristoff. Solo necesito que cuides de ella un momento, ¿puedes?

–Claro. 

 Cuando la pelirroja salió de la cabaña, notó que ya no había rastro alguno de la rubia, quien en ese momento se encontraba en campo abierto con Honeymaren. Ambas custodiaban a dos niños de aproximadamente ocho y cinco años que no se alejaban de su madre, la cual se encontraba encadenada de pie y manos. 

–Y yo que creí que no podías caer más bajo, Elsa -habló una alta y fornida figura que se acercaba de frente a la ex reina. 

–Duque, se supone que vendrías solo, ¿porque está él aquí? -indagó la rubia.

–No puedes culpar a un hombre que se preocupa por su familia, ¿o sí?

–Si te preocuparas por tu hija y nietos, habrías seguido mis indicaciones y no traerias a tu bufón. 

–No lo decía solo por mi. Al tocarlos a ellos, has tocado también la familia del buen Hansilton. 

¿De verdad aquel anciano había dejado que una persona como Hansilton tomará a su hija? 

Ahora Elsa entendía perfectamente porque la joven de cabellera castaño había decidido colaborar con la causa y derrocar a su propio padre. Incluso cuando Honeymaren se lo dijo, creyó que aquello era una trampa, por lo cual había decidido al menos encadenarla para evitar cualquier falla en su plan. Sin saber que aquella joven tenía una condena peor. 

–Por lo que tu cara refleja veo que no sabías que Hansilton no es solo mi mano derecha, también es mi yerno. Pero no sé preocupe, Elsa, pocos saben la verdad, así que no se sienta mal -sonrió el anciano. –Ahora, ¿quiero saber si haremos esto por la buenas o por las malas?

La prueba de nuestro amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora