El pasado nunca se va.

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La mañana había transcurrido de manera normal. Tom desayunó y, al salir, se despidió de la foto familiar en la que aparecían cuatro personas. Entre ellas, un niño más pequeño que él, sonriendo con la inocencia de la infancia.

Finalmente, salió de esa casa que parecía tener demasiadas habitaciones para alguien que vivía solo. Cada espacio vacío le recordaba lo grande y solitaria que era. Sin embargo, al menos agradecía que su tío, a pesar del odio mutuo, le hubiera dejado ese lugar para vivir, en lugar de enviarlo a un orfanato. Aunque no era el hogar cálido que hubiera deseado, era su refugio.

La mañana de Tord no comenzó tranquila. Su propio padre, decepcionado por su desempeño, lo desterró de su posición privilegiada y lo exilió a Inglaterra, donde debía empezar de nuevo en la prestigiosa academia Dreamur. Esta escuela, conocida por su exclusividad, solo admitía a los más talentosos o inteligentes, y aun así, era necesario contar con una recomendación de alto nivel para ingresar, una especie de soborno disfrazado de formalidad. Para asegurar su lugar, Tord se enfrentó a un examen extremadamente difícil. Aunque logró un puntaje casi perfecto, terminó justo detrás de un tal Thomas Bridgewell. Tord no sabía quién era este Thomas, pero el hecho de quedar en segundo lugar encendió una furia y determinación en su interior. Estaba decidido a escalar posiciones y demostrar su valía, sabiendo que no podría regresar a Noruega hasta que su padre lo reconociera como digno del puesto que siempre había creído merecer.

Tord fue llevado hasta la entrada del colegio, donde se alzaba la imponente academia Dreamur, una escuela técnica con detalles en morado y blanco que le daban un aire de exclusividad y elegancia. Al bajar del auto, tomó su mochila y observó el edificio que sería su nuevo hogar educativo. Agradeció que la academia no exigiera uniformes; al menos, podría seguir vistiendo su atuendo habitual, lo que le daba un pequeño consuelo en medio del caos. Mientras avanzaba por los pasillos, tratando de encontrar su salón, notó que no era el único desorientado. Era el primer día de clases, y muchos estudiantes parecían estar en la misma situación. Sin embargo, Tord sabía que su caso era diferente: estaba comenzando dos años tarde, y no solo tenía que adaptarse a un nuevo entorno, sino también escoger la carrera técnica que definiría su futuro en la academia. Con cada paso, la presión de tomar la decisión correcta se hacía más palpable.

Mientras recorría los pasillos, Tord notó a alguien entre la multitud: un chico con varios accesorios en sus muñecas que captó su atención. Estaba casi de espaldas, y su cabello castaño ocultaba parcialmente su rostro, impidiendo que Tord pudiera ver sus ojos, que podrían haber revelado algo más. Justo cuando estuvieron a punto de cruzar miradas, una ráfaga de estudiantes pasó entre ellos, bloqueando la vista de Tord. Al final, Tord desvió la vista, sin llegar a comprender por qué aquella presencia le resultaba tan familiar. Sin ver los ojos del otro, ambos siguieron su camino, sin reconocer del todo la conexión que parecía latente en ese encuentro fugaz. Aunque Tord no lo sabía, Tom también notó su presencia y no pudo dejar de pensar en ello durante toda la mañana antes de llegar a clases.

No pasaron muchos minutos antes de que comenzaran las clases, y cada alumno se dirigió a su respectivo salón. Los pasillos pronto quedaron vacíos, excepto por un chico con el cabello peinado en forma de cuernos, que sentía los nervios a flor de piel por llegar tarde en su primer día de clases. La escuela era inmensa, y aunque había llegado con tiempo, todavía no lograba encontrar su salón. Navegar por el edificio no era fácil, con las personas de limpieza bloqueando algunas entradas y los alumnos aglomerados en ciertas áreas.

Frustrado, Tord suspiró mientras un profesor se acercaba a él. No tenía el aspecto típico de un docente; con su cabello teñido de azul y múltiples piercings, parecía más un artista. Al notar la expresión perdida en el rostro del chico de ojos grises, el profesor se le acercó. Tord, con cierta timidez, le preguntó por su salón. Aunque pensaba que el hombre podría ser un recién llegado como él, se sorprendió al descubrir que era un profesor. Aun así, el docente, habituado a encontrar estudiantes desorientados, lo guió amablemente hasta su aula.

PORK SODA ∬ TomTordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora