Epílogo.

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El ambiente en la base de la Armada Roja siempre era tenso, pero en la oficina de Tord, la tensión se sentía aún más pesada, como si las paredes mismas fueran testigos de sus oscuros planes. Habían pasado dos años y cinco meses desde el accidente con el robot, y Tord, ahora conocido solo como el "Líder Rojo", había canalizado todo su dolor, rabia y obsesión en la guerra que estaba liderando. La oficina, siempre en penumbra, reflejaba el estado mental del noruego: caótica, fría y peligrosa.

Los mapas y planos que cubrían las paredes eran testamento de su implacable determinación. No había dormido en días; sus ojos rojos y ojerosos, con uno de ellos ahora cubierto por un parche negro tras haberlo perdido en el accidente del robot, contaban la historia de un hombre que no podía permitirse el lujo de descansar. Cada segundo contaba, y cada decisión que tomaba lo acercaba un poco más a su objetivo de dominación mundial.

Tord estaba tan absorto en su trabajo que no notó el suave chirrido de la puerta al abrirse. Nadie se atrevería a interrumpirlo sin permiso, y aquellos que sí lo hacían, rara vez lo hacían más de una vez. La seguridad en torno a su oficina era tan estricta que el propio Tord había llegado a considerarla una molestia, más que una medida necesaria. Paul y Patrick, sus fieles soldados, insistían en la importancia de protegerlo, aunque para Tord, tal protección parecía innecesaria. Aun así, había cedido a sus peticiones y les permitió asignar un guardaespaldas. Pero hasta ahora, el tal guardaespaldas no había hecho acto de presencia.

El ruido de la base solía ser constante: tanques en movimiento, explosiones lejanas, el eco de botas militares en los corredores. Pero todo eso se desvaneció cuando una voz masculina rompió el silencio de su oficina.

Larsson.


Tord se quedó inmóvil, sus pensamientos aún sumidos en los planes y estrategias que había estado elaborando. Al escuchar ese tono familiar, sus pupilas se encogieron en un reflejo de puro shock, mientras sus músculos se tensaban, como si su cuerpo se negara a aceptar lo que sus oídos acababan de registrar. La fría distancia que había construido durante los últimos años se quebró momentáneamente, dejando entrever una grieta en su habitual semblante imperturbable.

— ¿Qué? —repitió, mientras giraba lentamente la cabeza hacia la fuente de la voz, una mezcla de confusión y alerta en sus ojos.

De las sombras emergió Tom, su rostro parcialmente iluminado por la escasa luz de la habitación. Vestía un traje azul, impecable, que acentuaba su figura alta y delgada. Su cabello, normalmente desordenado, estaba cuidadosamente peinado hacia atrás, revelando su frente y dejando al descubierto las cicatrices que cruzaban su ceja, dándole un aire más endurecido. La corbata con patrón de ajedrez contrastaba con la atmósfera austera de la oficina, y sus ojos completamente negros simulando cuencas, fríos y vacíos como siempre, parecían aún más oscuros y amenazantes bajo las sombras que jugaban en su rostro al igual que aquellas cicatrices que los rodeaban, parecían hacerse más oscuras llegando a un tono violeta. Pero lo que realmente llamó la atención de Tord fue el objeto que Tom sostenía con firmeza en su mano: una pistola, cuyas líneas metálicas reflejaban la poca luz que se filtraba en la habitación. La chaqueta del traje se abría ligeramente al moverse, revelando la empuñadura de un segundo arma y algunos cartuchos de munición, completando una imagen que era tan implacable como la propia oficina.

— Te extrañe, Tord —declaró Tom, sus palabras cargadas con un peso que solo ellos dos podían entender.


Antes de que Tord pudiera reaccionar, Tom alzó el arma y apuntó directamente al líder. Por un breve instante, los ojos de ambos se encontraron, un momento en el que el tiempo pareció detenerse. Mientras la figura de Tom emergía de las sombras, Tord pudo ver algo en esos ojos negros, algo que no había visto en mucho tiempo: una mezcla de dolor, resolución y amor. Pero lo que más lo desconcertó fue lo que descubrió en su propio reflejo en esos ojos temor.

El semblante frío y controlado de Tord se fracturó, revelando una grieta en su habitual máscara de confianza y dominancia. Sus pupilas se dilataron levemente, y por un instante, su respiración se hizo más rápida, apenas perceptible. Fue un destello, un parpadeo de vulnerabilidad que lo paralizó más que el arma que Tom sostenía. Ese destello de temor, una emoción que había suprimido durante años de liderazgo implacable, se filtró a través de su fachada.

Era un temor profundo, no tanto por la muerte, sino por lo que la mirada de Tom le revelaba: el reconocimiento de que este momento, este enfrentamiento, era el resultado final de su propia creación, de cada decisión, traición y sacrificio que había hecho.

— Te veo del otro lado, querido.

Tom, con sus manos temblorosas, sintió el peso del arma más que nunca. Cada fibra de su ser le gritaba que se detuviera, pero al mismo tiempo, algo más profundo, más oscuro, lo empujaba a seguir adelante. Las emociones en su interior chocaban violentamente: amor, odio, dolor, y una duda que parecía corroerlo desde adentro. Pero, finalmente, en un acto que nunca creyó posible, apretó el gatillo.

El sonido del disparo resonó en la habitación, un estallido que rompió la tensión acumulada en el aire. La acción, tan rápida y decisiva, parecía en desacuerdo con la vacilación que había sentido solo un segundo antes. El retroceso del arma sacudió su cuerpo, y sus ojos se abrieron con horror al darse cuenta de lo que acababa de hacer.

En ese momento, el tiempo pareció detenerse. El eco del disparo se desvaneció, y el silencio que siguió fue ensordecedor. Tom no podía moverse, su mirada fija en Tord, quien también se mantenía inmóvil, su expresión atrapada entre el shock y la incredulidad.

PORK SODA ∬ TomTordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora