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—¿Alguna vez has olido algo tan hermoso? —Min Yoongi le preguntó a su consejero. —¿No? Es el olor del dinero que fluye de sus bolsillos al nuestro. Es el olor del éxito, el olor de la desilusión, de grandes derrochadores, y los povero (pobres). Inhala profundamente y reconoce que los hombres Min finalmente han reconstruido esta gran ciudad.

Jung Hoseok miró a su alrededor y asintió con la cabeza, sus ojos buscando, siempre estudiando a los que lo rodeaban, siempre notando cosas que no notarías en un lugar lleno de gente como The Red Tower, el casino más grande y exitoso de la ciudad. —Y parece que lo hacen con sonrisas en sus rostros —comentó su consejero.

—Porque se han engañado pensando que tienen la oportunidad de hacerse ricos. Pero ¿cuál es la regla número uno aquí? —Preguntó Yoongi cuando su hermano Taehyung se les unió.

—¿Y todavía recuerdas cómo eran las viejas Las Vegas? ¿Los escándalos, el derramamiento de sangre, los disturbios en las calles, y los beneficios bajo las mesas? —Taehyung agregó, y Yoongi oyó la angustia en la voz de su hermano y supo por qué. Taehyung había perdido a su amante en el gran incendio de Las Vegas hace un siglo. El hombre había estado amargado durante tanto tiempo, atacando a todos, despiadado, de corazón frío.

¿Cómo era ese viejo refrán? Ah, sí, el tiempo cura todas las heridas.

Yoongi no creyó en eso ni por un segundo. Ese cliché no era más que un engaño reconfortante.

De pie en lo alto de la escalera, Yoongi miró hacia abajo al imperio que él y sus hermanos habían reconstruido. Recordó las viejas Vegas. Había sido una cloaca de humanos deseosos y codiciosos, lo pagaban con sangre y la anhelaban como una droga, vendían todo lo que poseían por un pedazo de riqueza. Y aunque los Min habían reconstruido, los humanos no habían cambiado. Seguían siendo tan codiciosos y despiadados como siempre.

—Ah, sí —dijo Hoseok. —Lo recuerdo como si fuera ayer. —Yoongi estaba rígido, con las manos en los bolsillos delanteros de un traje negro que costaba treinta mil dólares, una camisa blanca por la que había pagado ocho mil dólares y una corbata de seda azul oscura que no valía más que dos mil. Sí, conocía el olor y la sensación del éxito.

Sin embargo, no podía comprar su estrambótico defecto, la única cosa que tenía el poder de matarlo. Yoongi se acercaba a su purificación, algo que sucedía cada quinientos años, un proceso en el que bebía de su Donatore puro,(Donante puro) y limpiaba su cuerpo de todas sus impurezas y, hasta el momento, nadie había encontrado a uno de Los descendientes de Park Gyuri.

Si un descendiente no era encontrado pronto, Yoongi perecería. Era lo único que podía matarlo, lo único que podía hacerle tan débil como un bebé recién nacido. Sus músculos ya estaban trabándose y sus terminaciones nerviosas se sentían como si alguien estuviera raspando una navaja afilada sobre ellas.

Los únicos que conocían su aflicción eran sus hermanos, Taehyung y Jin. Porque ellos también sufrirían el mismo destino en doscientos años. Confió en ellos su vida, casi, porque Yoongi no confiaba en nadie al cien por cien. A pesar de que los dos habían estado con él durante mil ochocientos años, y aunque habían demostrado su lealtad una y otra vez, sostuvo ese pequeño vestigio de desconfianza.

—Don Min —un humano que parecía como si hubiera luchado su camino hacia Yoongi dijo antes de detenerse.

Hoseok entrecerró los ojos antes de ponerse delante de Yoongi. —No te acercas al Don directamente —dijo Hoseok con un siseo. —Debes pasar por los canales apropiados.

Yoongi flexionó sus doloridos dedos en sus bolsillos mientras miraba hacia otro lado. Llegó seguridad y escoltó al humano hacia la entrada principal. Yoongi sacó el asunto de su mente. Estaba sufriendo mucho, pero hoy era bastante manejable.

YOONGI + yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora