I hold my breath each time you breathe
I hold my breath each time you breathe
Each time you breathe, I die for love
Piensas en el sueldo de cuatro mil quinientos dólares y en el agradable trabajo que te espera, pues a ti siempre te ha encantado la meticulosa tarea de escribir, que excluye los encuentros incómodos y molestos con otras personas. Te concentras en eso mientras sigues a la joven. Sigues el ronroneo de su falda, el crujido de la madera, el susurro de su cabello arrastrándose delante de ti, pero tu mente permanece en esos ojos. Deseas verlos de nuevo. Necesitas verlos de nuevo.
Asciendes detrás del ruido, en medio de la oscuridad, tropezando porque aún no te acostumbras a las tinieblas. Recuerdas que debe ser tarde, por lo que te sorprende la luz que baña tu nueva recámara cuando la mano de Rapunzel empuja la puerta.
—Este es su cuarto—murmura la muchacha sin levantar la mirada—. Lo esperamos a cenar dentro de una hora.
Y se aleja, con aquellos sonidos deliciosos, sin que hayas podido ver su rostro de nuevo. Cierras la puerta de un empujón y observas el tragaluz que se extiende a lo largo del techo. Basto la luz del atardecer para cegarte después de pasar tanto tiempo en la oscuridad, te preguntas como saldrás de esa casa una vez finalizado el trabajo ¿Te habrás convertido en un vampiro?
Pruebas la blandura del colchón en la cama de hierro y recorres con la mirada el cuarto: el tapete de lana morada, los muros empapelados en tonos amarillos, el sillón de terciopelo violeta, el viejo escritorio de madera oscura, la lámpara antigua, el librero vacío y la puerta de nogal frente a ti. Caminas hacia ahí y descubres un baño pasado de moda: bañera blanca, retrete incómodo y lavamanos elegante. Te observas en el gran espejo ovalado y ahí estas tú, mueves tus cejas pobladas, recorres con tus dedos la barba que deberías recortar un poco y tu boca llena de vaho el espejo; cierras tus ojos marrones y te pasas la mano por tu cabello, tocas con ella tu perfil hasta terminar en tu boca. Cuando el vaho opaque otra vez tu rostro, estarás repitiendo ese nombre, Rapunzel.
Rapunzel, ángel caído del cielo, rememoras su cabello dorado, sus sonidos hipnóticos y sobre todo sus ojos, esas esmeraldas que aún te persiguen. Consultas tu reloj y decides que ya es hora, te pones el saco y te pasas el peine por el cabello intentando dejar tu mejor impresión. Abres la puerta e intentas recordar el camino que lleva al comedor, pero en lo único que puedes pensar es en ella, en su sombra que te guio hasta tu habitación y a la que prestaste por completo tu atención.
Desearías dejar la puerta abierta para que la luz te guie, pero los resortes la cierran de inmediato, podrías entretenerte aflojando las bisagras, pero aceptas que la oscuridad es una parte intrínseca de esa casa. Te obligarás a conocerla por el tacto, avanzas con cautela, como un ciego, con los brazos extendidos, rozando la pared, contando cada escalón y dando pequeños pasos hasta llegar al nivel inferior.
No tienes tiempo de explorar la nueva estancia, pues Rapunzel te espera desde una puerta entreabierta con cristales opacos a causa del polvo, ella sostiene un candelabro en su mano y dirige su mirada hasta tus gastados zapatos. Caminas, sonriendo, hacia ella y como si una ráfaga la soplara, se da vuelta y la sigues a la sala. Cruzan el salón, muebles estilo victoriano en los mismos tonos negros, morados y amarillos que observaste en tu cuarto.
—¿Qué le pareció su habitación, señor Rider?
—Me puedes llamar Flynn—comentas intentando sonar jovial—. Está muy bonita, pero necesito recoger mis cosas de mi departamento.
ESTÁS LEYENDO
Rapunzel.
FanfictionFlynn Rider desea viajar a Berlín, escribir una novela y vivir un sinfín de aventuras, sin embargo, desempleado y sin familia, lo único que le queda son sus conocimientos de alemán y una vieja máquina de escribir. La combinación perfecta para acepta...