VII

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Be afraid of the old, they'll inherit your souls

Be afraid of the cold, they'll inherit your blood


Lees el anuncio y una oferta como esa parece una mentira, pero está ahí, frente a tus ojos. Seguramente es una broma. Distraído, tomas el último sorbo de café, demasiada agua y nada de azúcar, dejas el vaso a un lado y relees el anuncio. Se busca joven ordenado y conocedor de la lengua noruega. Conocimiento coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Tres mil dólares mensuales, comida y alojamiento incluidos. Se requiere disponibilidad total. Solo falta tu nombre escrito en las letras negras arriba del anuncio. Se solicita Jackson Overland, antiguo becario, aspirante a periodista, recién llegado de Noruega, acostumbrado a escribir artículos escolares, profesor privado de noruego, 600 dólares mensuales. Por supuesto, si leyeras eso, lo tomarías a broma.

Calle Torres A113. Acuda en persona. Sin teléfono. Recoges tu portafolio y abandonas esa oscura cafetería. Vuelves a pensar en el anuncio, demasiado perfecto para ser real. Piensas en otro periodista joven, quizás un americano, que seguramente ya ha leído el anuncio, tomado la delantera y ganado el puesto. Tratas de olvidarlo, sigues caminando y llegas a la parada del autobús, repites las lecciones que debes de enseñar ese día. El autobús se acerca mientras tu mirada se pierde en los árboles de cerezo frente a ti. Metes la mano en tu bolsillo, juegas con las monedas. Por fin recoges veinticinco centavos y los aprietas en el puño. Falta una semana para que te paguen y el dinero ya casi ha desaparecido.

El desgastado autobús para frente a ti. Subes, pagas y recorres el pasillo hasta dar con un asiento libre. Aprietas tu portafolio y pierdes tu mirada en las calles de San Fransokyo. Los edificios se alzan tragándose las viejas casas tradicionales, los carros se acumulan en las calles, sin embargo, no dejas de pensar en el anuncio del periódico. ¡Qué grandiosa oportunidad! Demasiado grandiosa para un joven desheredado como tú. Vivirás ese día igual que el anterior, y no volverás a pensar en ello hasta el día siguiente, cuando vuelvas a la mesa de esa deprimente cafetería y robes otro periódico.

Pides tu horrible café matutino y abres el periódico, llegas a los clasificados, sientes que tu respiración se detiene un segundo. Ahí está, nadie acudió ayer, lo repasas y te detienes en la última línea: cuatro mil dólares. Te decides, dejas el café a un lado, tomas el portafolio y sigues el camino hasta el centro.

Te sorprende que alguien viva en la calle Torres, el antiguo centro de la ciudad, pues está llena de edificios de oficinas. Caminas con lentitud intentando buscar la casa A113 en medio de los edificios y puestos ambulantes. Las nomenclaturas han sido revisadas, superpuestas y reordenadas. El 39 junto al 47. Un pequeño 69 de tiza junto a un 200 hecho de oro. Levantas la mirada, pero lo único que encuentras son largas paredes de concreto y vidrio. En cuanto giras la esquina, notas que las lámparas aún están encendidas, pero apenas iluminan la calle. Al fin encuentras una casa en medio de dos edificios, una pequeña cabaña con el número A113 frente a la verja. Miras alrededor, pero no hay timbre alguno.

La puerta se abre antes que puedas tocar. Echas un último vistazo sobre tu hombro y frunces el ceño al ver una fila interminable de camiones y autos inundan la calle de humo. Atraviesas la verja, la cierras con cuidado y llegas al zaguán. La puerta se mueve con docilidad bajo tu toque y te encuentras en un pasillo oscuro, das un paso al frente. La leve luz que se había colado del exterior se extingue junto al ruido metálico del portón al cerrarse. Intentas aferrarte al frío metal de la puerta mientras buscas en vano una forma de guiarte. Recuerdas los fósforos en tu bolsillo, pero una sedosa voz te interrumpe.

Rapunzel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora