Capítulo 6 - Apocalipsis

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VI


25 de julio 2022

Irina

El aire me arde. Los pulmones me escuecen. Y el aliento está abandonándome.

Mi mano se aferra a la de Ludwig, quien trata de llevarnos al lugar más lejano posible.

Todavía seguíamos en la calle donde vivía yo. Tras el suceso con mi casa, las casas vecinas también comenzaron a temblar, como si de algo se temieran. Este miedo no se alejó de ellas hasta tumbarlas, creando un panorama postapocalíptico.

Las alarmas de los coches acompañaban el sonido de las casas cediendo y aterrizando en el suelo. Ante este fuerte ruido, los ladridos de jaurías se hicieron presentes. A pesar del extraordinario ruido a nuestro alrededor, era capaz de escuchar mis propios suspiros.

Noto la mano de Ludwig agarrándome con más fuerza, aterrado del pensamiento que tal vez nuestras manos puedan llegar a separarse.

A nuestras espaldas, los árboles también caían. Uno a uno. Alimentados por el motor del desastre. El mundo está llegando a su fin. Esa era mi impresión.

—¡Por aquí! — escucho la exhausta voz de Ludwig guiarnos a través de la miseria.

Giramos hacia una calle intacta por la catástrofe. Se trata de la calle en la que vive Elena. Todas las casas de esta calle son blancas, pintadas encima del verde de los árboles y la hierba, tengo la sensación de que estoy en el paraíso.

—¿A dónde vamos? — pregunto, tratando de mantener el mismo paso que antes y a la vez no retrasar a Ludwig.

A mi casa.

Algo trata de convencerme de que esto es una mala idea. ¿Y si todo el pueblo está condenado al mismo destino que las casas de mi calle? A veces me pregunto cómo puede estar Ludwig tan seguro de sí mismo. ¿Cómo puede ser su casa más segura que el resto de las del pueblo?

Una vez llegamos al final de la calle de Elena, giramos a la derecha, donde damos con una enorme casa de estilo georgiano, hecha de ladrillos, con un tejado negro y ventanas blancas. Existe un gran contraste entre las casas que he estado acostumbrada a ver y la casa de Ludwig. Su patio es cinco veces del tamaño de mi casa, mientras que su casa es posiblemente el doble de grande que la mía. El camino que lleva a la entrada de su casa está repleto de abetos, dándole un aire misterioso al lugar.

El sol termina por salir antes de que nosotros lleguemos a la entrada y consigo viene la paz. Todos los ruidos que antes nos perseguían ahora se han apaciguado. Ludwig deja de correr y a su vez yo también. Nos damos la vuelta y no vemos nada. El suelo no está temblando. Ni tampoco están cayendo más árboles. Un increíble alivio se instala en nuestro interior. Después de todo este caos por fin soy capaz de sonreír. Ludwig también me devuelve la sonrisa. A los dos nos cuesta respirar.

Mejor entremos. Quien sabe cuanto durara nuestra felicidad— comenta, abriendo la puerta principal y haciéndome un gesto para entrar.

Una vez dentro, ese alivio se convierte en curiosidad. Las paredes del pasillo principal están pintadas de un blanco manchado, casi beige. Lo primero que uno se encuentra nada más entrar en la casa son las escaleras que llevan al piso de arriba. A la izquierda debe de encontrarse la sala de estar, mientras que en la derecha el pasillo se extiende hasta el otro lado de la casa.

En las paredes hay muchos cuadros colgados. Cuadros extraños, que por alguna razón me parece haberlos visto antes. No estoy segura donde ni cuando, pero hay algo que me resulta familiar en las pinturas. Hay un cuadro en concreto que me llama mucho la atención. Se trata de la pintura de una mujer con la cabeza de un pájaro, tiene puesto un vestido rosáceo y con ambas manos está sujetando un espejo. Delante de esta mujer y de su espejo se encuentra una niña, de no menos de 8 años, la cual está contemplando su reflejo en el espejo. En el fondo se pueden ver dos animales en un tocador. Y en la parte superior una pequeña jaula con un enorme insecto en su interior, el insecto, al contrario que la mujer, tiene cabeza de humano.

Antes de que acabe con nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora