Los speakeasy (del inglés speak easy, habla bajo) eran bares clandestinos surgidos en los años veinte en Estados Unidos durante la ley seca. Se bebía alcohol a escondidos y solían asistir hombres y mujeres (las conocidas flappers, quienes desafiaron las costumbres de la época). Era muy común que se presentaran bandas de jazz y blues que animaban la noche.
Akira había comprendido, con el pasar de los años, que en Estados Unidos existía una única regla que debía ser respetada al pie de la letra: los blancos y el resto del mundo debían estar separados por una brecha tan ancha como el Océano Atlántico, ese que apartaba al viejo y al nuevo continente.
Los inmigrantes no tenían nada por lo que luchar, nada a lo que aspirar: ni italianos, ni centroamericanos, ni chinos, ni africanos. Él entraba dentro de los chinos ─como si Asia no fuera un continente─, y lo máximo a lo que podía pretender era tener una pareja y una casa (o un proyecto de hogar).
La pareja debía ser mujer y de su misma etnia, por supuesto. Durante muchos años, se vio lógico ante sus ojos, incuestionable. Las escapadas a la noche que comenzó a realizar en su adolescencia, sin embargo, le hicieron preguntarse qué tanta verdad había en dicho precepto.
Eita adoraba bailar y odiaba Chicago ─su mayor sueño era irse a Nueva York a cantar jazz en algún bar─, y Motoya, quien completaba el trío, era el que le había conseguido su trabajo más reciente en una fábrica de planchas.
El alcohol estaba prohibido y su madre reprobaba que tarareara canciones de blues, pero aun así los amigos frecuentaban los speakeasies con una asiduidad similar a la de sus idas al trabajo: allí, con las luces bajas, los cuerpos apilados, el sudor, las bebidas embriagantes y la música se formaba un ambiente mágico, digno de un idilio.
Las muchachas se acortaban las faldas y descubrían el sentido de la vida; los muchachos se olvidaban del ajetreo, aflojándose las camisas y las corbatas. Y vivían ─de manera intensa, con la consciencia de que en cualquier momento la fiesta podría acabar y la rutina afloraría como yuyos malos en huerta.
Fue en una de esas noches, donde las resplandecientes luces del techo iluminaban los rostros similares a relámpagos fugaces, que entre la multitud, Akira creyó ver a un muchacho de ojos rasgados que tenía su mirada clavada en ellos. No era extraño ─los tres compartían rasgos, por lo que solían llamar la atención de algún solitario que no dudaba en pegárseles lo que restara de la noche.
Pero esa vez fue distinto, porque el hombre no se acercó. Se mantuvo allí, con su whiskey en mano y esa filosa mirada que se le clavaba en la nuca como un alfiler. Horas más tarde, Motoya diría que no tenía idea de quién hablaba, y Eita lo golpearía por estúpido miope (sí, en ese orden).
Y durante semanas, esa distancia se mantuvo: el desconocido le guiñaba desde detrás de su vaso, hacía bailotear la mano en el aire, tarareaba las canciones. Se estaba volviendo una tortura, pues mantenía a Akira durante horas delirando sobre su voz y sus motivos para prestarle atención ─porque era personal, lo sabía.
Ese sábado se despegó de sus amigos y se acercó al sujeto. Siempre sonreía ─como si su rostro no tuviera otra expresión que la de curvar los labios en una mueca sardónica─, y mientras tomaba asiento a su lado, se dijo que era mucho más guapo de cerca.
El pensamiento lo asustó, y las dudas comenzaron a acribillarlo. Tenía un nombre, Takahiro, y una única afición: romper las reglas. Impresionante carisma y una lengua cuya función era endulzar el humor de la otra persona. Se reía de todo, y si había burlas de por medio, lograría dormir en paz.
Motoya y Eita le dieron su aprobación, y la ansiedad que sentían cada vez que Akira se acercaba a él se desvaneció con el pasar de las noches. Akira no hablaba mucho, pero tampoco era necesario, pues Takahiro sabía manejar las conversaciones de manera excepcional.
Tenía un aguante llamativo para el alcohol, bailaba como un dios y gozaba de sacar a la pista a cualquier chica que portara un apellido coreano. Era, en definitiva, el hombre perfecto ─aunque ninguna madre lo querría como yerno. La suya tampoco, pero si no se enteraba, no habría mal que padecer.
Porque Takahiro poseía dos grandes amores en la vida: los chicos lindos y las muchachas coreanas, y para su sorpresivo alivio, a Akira le calzaba la primera categoría como anillo al dedo.
Y ahí fue cuando las dudas y los cuestionamientos internos hacia las normas establecidas comenzaron. Pero pensar cansaba, y lo deprimía, y no lo dejaba conciliar el sueño ─el sonido de los engranajes era tan molesto que hasta prefería ser víctima del repiqueteo de la música que de este, pues el segundo al menos le adormecía la mente.
─Pero las reglas están para romperse ─le dijo Takahiro en cuento se enteró de que era víctima de una disyuntiva que lo mantenía en la vigilia; en una frase hecha que caló en su receptor.
Porque, en realidad, ¿desde cuándo le importaban las reglas? Estaba un martes a la noche en un speakeasy, atragantado de ron y del chillido de las trompetas ─que más que anunciar la entrada al cielo, eran un recordatorio de que así no lograrían ascender a ninguna parte.
¿Dónde estaban las consecuencias a tantas faltas que había cometido? Y si las había, ¿qué importaban?
Nadie le quitaría lo bailando.
No pienses.
Y por una vez, obedeció.
─Pero no le digas a nadie ─advirtió él mientras acercaba su cara a la de Takahiro como si fuera a contarle el motivo de sus desvelos.
Salvo que no dijo nada, porque si hablaban muy alto, los descubrirían.
Los besos, silenciosos y efectivos, fueron el mejor remedio a su jaqueca.
Para Mein_Mond, porque le gustan las ships más tradicionales, y no creo que esta lo sea (? pero bue, igual va para ella. Tqm, Crissi <3
He notado que nunca mencioné que prompts decidí usar, así que al rato actualizaré la descripción y agregaré eso.
Muchas gracias a los que me han bancado hasta el final 💕 Akira no es un personaje tan popular, así que es muy valioso que hayan decidido leer una week con él como prota.
De verdad, gracias.
Nana
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Finifugal || Haikyuu
FanfictionFinifugal: (adj.) odio a los finales; de alguien que trata de evitar o prolongar los momentos finales de una historia, relación u otro asunto de cualquier índole. O, como detestaba los finales, creaba miles de universos en los cuales vivir. ✧゜゚°º。✧。...