Para morirse, un cigarrillo

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Nunca me he enamorado, pero la relación más duradera que he tenido fue de dos años y ocurrió gracias a un biombo

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Nunca me he enamorado, pero la relación más duradera que he tenido fue de dos años y ocurrió gracias a un biombo. Esa sería la que, con ciertas modificaciones y censuras, le contaría a mis nietos.

Trabajaba yo en una empresa donde a veces no había dinero para pagar nuestros sueldos, aunque el jefe ─que se cargaba un humor de perros y un pote de alcohol en gel para todos lados─ nos aseguraba que prefería mudarse de edificio antes que dejar d...

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Trabajaba yo en una empresa donde a veces no había dinero para pagar nuestros sueldos, aunque el jefe ─que se cargaba un humor de perros y un pote de alcohol en gel para todos lados─ nos aseguraba que prefería mudarse de edificio antes que dejar de entregarnos nuestro salario.

Del dicho al hecho se pasó en apenas unos meses: primero fueron los despidos, más tarde el traslado de los pocos que quedábamos a la nueva sede. Era pequeña y húmeda, pero con un ventilador y mesas largas todo se solucionaba. De mis compañeros me comenzó a separar unos míseros centímetros ─lo que para mi solitaria existencia no resultaba una molestia. Sin saber qué hacer, una tarde el jefe se presentó con unos biombos de su abuela y los colocó entre cada uno de sus empleados.

El de mi izquierda estaba en perfectas condiciones, y como era rojo oscuro, apenas distinguía la silueta de Kawanishi Taichi, el ermitaño diseñador gráfico que gruñía más de lo que hablaba. El de mi derecha, por otro lado, era de un verde horripilante, y para colmo, tenía una rajadura que me permitía ver al encargado de marketing, ese que disfrutaba de apuñar las teclas de su computadora: Suna Rintarou.

Al principio, el nuevo lugar fue la causa de la irritación de todos; pero con correr de los días, nos habituamos ─el jefe mantenía el sucucho en excelentes condiciones sanitarias, aunque eso no impedía que el calor hiciera sudar mi espalda, de manera que la camisa se me pegaba a ella como si fueran siamesas.

Los biombos también fueron víctimas de nuestras quejas, pero era lo que había (la mayoría podía presumir de tener los suyos intactos. Suna y yo solíamos suspirar al unísono con fastidio).

Nuestra amistad comenzó con un estornudo tan ruidoso que, horas más tarde, el jefe nos preguntaría si teníamos la vacuna contra la influenza al día. Lo escuché sorberse los mocos, y con asco, me dije que no aceptaría ningún papel con verdosas manchas en él. Rebusqué en mi bolso hasta que logré encontrar pañuelos descartables, y sin pronunciar palabra, se los pasé por el agujero del biombo.

Finifugal || HaikyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora