Para otra vida, un café

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Lo que más odiaba Akira de trabajar como contador para una subsidiara de una empresa con sede en Tokio, era la burocracia que lo hacía tener que viajar a la capital cada final de mes

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Lo que más odiaba Akira de trabajar como contador para una subsidiara de una empresa con sede en Tokio, era la burocracia que lo hacía tener que viajar a la capital cada final de mes.

Por lo general, se sentaba en el asiento del copiloto del auto de su gerente, cerraba los ojos y conciliaba el sueño durante todo el trayecto, pues la confianza que tenía en la forma de conducir del hombre se lo permitía.

Ese mes, sin embargo, su jefe había sido convocado por los dueños del comercio un par de días antes de la junta, por lo que no le quedó de otra que averiguar el horario de los autobuses y trenes y tomarse los que lo llevaran a la capital.

Akira odiaba el transporte público: aunque fueran amplios o tuvieran ventanas, el olor putrefacto de la gente se le impregnaba en el pelo y enviciaba sus fosas nasales. Los cuchicheos constantes le provocaban dolor de cabeza, en el lugar donde apoyaba la cabeza podía haber piojos. Eran la representación de la asquerosidad, y Akira tenía muy en claro que jamás alcanzarían sus estándares ─que no eran nada altos, cabía aclarar.

Cuando se tomó el tren que en efecto lo dejaría en Tokio, buscó entre sus pertenencias una aspirina, porque cada sonido se oía como el golpe de un gong. La mujer a su lado arqueó las cejas al ver los movimientos desesperados de su mano dentro de uno de los compartimentos de su bolso.

─¿Se le perdió algo, señor? ─preguntó ella, y aunque en otro momento Akira la hubiera mandado a callar a causa de la frustración, en ese solo pudo suspirar y verla a los ojos.

─No traje mis ibuprofenos ─se quejó con los párpados semicaídos─. Nunca salgo sin ellos, pero hoy...

─Ah, igual a mi hija ─río ella. Akira se preguntó qué tan feliz podía hacerla una coincidencia tan banal. Lo entendió cuando ella continuó, en medio de una persignación─, que en paz descanse la pobrecita. Culpa de ese maldito, yo siempre le dije que no era digno de ser su novio...

Akira bajó la cabeza ─porque era lo correcto en la moral de la mayoría.

En su propia mente, sin embargo, no fue capaz de sentir nada más que la necesidad por tomarse la pastilla. Se sintió culpable por no contraerse de la lástima cuando, con una pequeña sonrisa, la mujer sacó de su billetera un blíster con dos aspirinas. Se lo ofreció, y cuando Akira se lo quiso devolver, ella negó con la cabeza.

─Quédatelo. Las tengo porque mi hija dos por tres las tomaba, pero ahora...

Akira entendió: los ciclos debían ser cerrados, y a veces se necesitaba fuerza de voluntad y ayuda ajena para ello. Le sonrió apenas, y al ver como ella le devolvía el gesto, sintió la tentación de largarse a llorar y pedirle perdón por ser tan apático en relación a los sentimientos ajenos.

Bueno, justamente por ello su última novia había roto con él; y sabía que quien la orilló a tomar tan drástica decisión fue él. Incapaz capaz de justificarse de tales acusaciones ─todas las excusas que le pasaban por la cabezas sonaban vacías, como de guión de película─, ella abandonó el apartamento que compartían.

Finifugal || HaikyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora