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— Ah, vale...

Tras despertarse y pasar un poco de tiempo desorientado, Alan había abierto su armario para sacar una chaqueta, solo para encontrarse con los hermanos tazas durmiendo plácidamente en él.

— Honestamente, me había olvidado de ustedes.

Acerco lentamente una de sus manos, y sacudió ligeramente a uno de los engendros. No mostró ningún tipo de reacción, por lo que Alan asumió que se quedarían durmiendo otro rato más.

Al llegar a la sala, se encontró a sus padres sentados en la mesa conversando entre ellos casi a susurros, como si trataran de ser discretos. Esto llamó la atención del muchacho.

— ¿Mamá, papá? ¿Sucede algo?

Los adultos se sorprendieron de la llegada de Alan. Se miraron entre ellos en silencio, y el padre se levantó para irse del lugar. La madre hizo una seña para que el joven se sentara, y este se acercó, preocupado.

— Mamá, en serio... No entiendo, ¿qué está pasando? ¿Estaban hablando sobre mí?

La mujer dio un pequeño suspiro, y rápidamente mostró una sonrisa a su hijo.

— Alan, querido... No es nada realmente grave, pero hay algo de lo que quiero conversar contigo.

— ¿Hice algo mal?

— No realmente, o bueno... Sobre eso quiero, de hecho, preguntarte.

El chico sudó frío, imaginando que, de algún modo, sus padres descubrieron lo referente a las tazas parlantes.

— En realidad no es gran cosa, pero debido a que es repentino, nos dejó a tu padre y a mí pensando. Porque, verás... Ayer actuaste muy raro. Desapareciste antes de la cena, y te escuchamos correr por toda la casa.

Alan hacia el mejor esfuerzo por aparentar inocencia, algo que no se le daba muy bien. Su madre levanto una ceja ante el extraño estado de su hijo.

— ¿Nos estás ocultando algo?

— ¿Qué? ¡No, para nada! Solo es que, eh...

El chico trataba de buscar una excusa creíble con la que distraer a su madre. Siempre pensó que no sería muy complicado, pues en realidad un adolescente de 16 años normal actuará raro por múltiples razones. Pero el estrés de sentirse acorralado, e incluso tener de frente a su madre, pusieron su mente en blanco.

— Alan, sabes que puedes confiar en nosotros. Aunque sea algo malo, estamos aquí para encaminarte en un buen camino— la mujer mostró la sonrisa más adorable posible mientras hablaba.

— Claro, y si no te cuento encontraras una forma de obligarme a admitirlo, ¿verdad? — la ironía en la voz del chico era notable.

— Pues claro, soy tu madre. Tengo el derecho a saber todo lo que haces, al menos mientras vivas bajo este techo.

Alan suspiró. Él sabía que no podría ocultar un secreto tan grande por mucho tiempo, pero aunque quisiera revelarle a su madre lo que estaba pasando, no encontraba una forma de decir que mantenía escondidos dos tazas que hablan y disparan magia por los dedos sin parecer un demente. Y aunque sus padres le creyeran, ¿qué pasaría después? ¿Alguien llamaría a la policía, o matarían a las tazas, o los perseguirían a él y a su familia?

En ese instante, se arrepintió en gran manera de haber dejado entrar a las tazas a su cuarto la noche anterior (y de dejar que entraran a su vida, por supuesto).

— Estoy esperando una respuesta, Alan.

El chico apartó la mirada. Se sentía acorralado, sin escapatoria. Una idea recorrió su mente un instante, pero la desechó rápidamente.

CROSSOVER: Mundos de juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora