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Un crudo estadounidense abría lentamente los ojos, sintiéndose algo aturdido por la repentina luz que le daba directamente en el rostro. Soltó un quejido molesto mientras pasaba la palma de su mano por su rostro, buscando espabilarse.

Dejó su brazo en su frente, comenzando a analizar su alrededor. El olor a café casero lograba calmarlo un poco, por lo que se relajó, creyendo que aún estaba en casa de su mejor amigo.

—¡Rusia! Quiero mi café bien cargado, mi cabeza está a punto de explotar.

Pudo escuchar una carcajada romper el silencio, pero no con el timbre de voz que esperaba. Aún así logró reconocerlo.

Ante la idea que surge en su cabeza, se reincorpora con velocidad, ocasionado que el dolor de su resaca aumente. Pero no tiene tiempo de pensar en eso pues necesita confirmar sus sospechas.

—O sea que no conforme con despertarme a media noche, invadir mi casa y vomitar en mi baño, ¿Ahora también me cambias de nombre y me das órdenes?

El divertido mexicano sale de su cocina y se para frente al sillón donde estaba acostado el estadounidense, quién se encuentra completamente atónito al verse en tan irónica situación.

Shit, shit, shit. Damn my resistance to alcohol and stupid Russia who didn't stop me. (Mierda, mierda, mierda. Maldita sea mi resistencia al alcohol y el estúpido de Rusia que no me detuvo)— Se puso a maldecir hasta su existencia misma, logrando que nuevamente el latino riera.

—No digas tantas majaderías, muchacho grosero.

Mientras seguía en su faena de arrepentirse por cada acción que tomó a lo largo de su vida, sintió un pequeño golpe en su cabeza. Al levantar la mirada pudo notar que México sostenía una espátula a la vez que lo miraba con ojitos criticones.

Sorry...

Complacido con la disculpa, el hispano retomó su hermosa sonrisa y después volvió a caminar hasta la cocina.

—Ya está el desayuno, ven a ayudarme a poner la mesa.

Rápidamente se levantó para acatar la orden. Luego de tener los platos acomodados en sus lugares, México se acercó para servir la comida.

—Espero te guste. La verdad es que usualmente no le cocino a mis psicólogos, pero siempre hay una primera vez, ¿No crees?

Si Estados Unidos desde antes se sentía nervioso con la simple presencia del latino, en esos momentos rogaba a todos los dioses en los que él no creía para que hicieran que la tierra se lo tragara.

Por eso mismo, comenzó a comer sin poner ningún tipo de resistencia o sin tratar de entablar una conversación.

A los pocos minutos de estar en un absoluto silencio, finalmente fue roto por, lógicamente, México.

—Hoy estás más callado que de costumbre, doc.

—Ah... no es eso. La verdad tengo muchísimas dudas en la cabeza, pero la vergüenza me gana, tanto así que no puedo ni mirarte a los ojos.— El latino se carcajeó con su respuesta, y sin parar de comer siguió con la charla.

—Si te soy sincero, dudo mucho que pueda ayudarte con absolutamente todas las preguntas que tienes, pero de todos modos dímelas, si tengo la respuesta te la daré.

El americano asintió, aunque después se quedó callado otra vez por unos segundos, tratando de ordenar los pensamientos que abundaban en su adolorida cabeza.

—Tú... ¿Sabes cómo llegué aquí?

—Noup, ni idea. Nuestro encuentro comenzó cuando tocaste mi puerta casi a la una de la madrugada. Olías a vodka.

En el silencio de tu adiós. (USAMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora