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Había veces en las que Estados Unidos se creía una persona extremadamente madura, alguien que podía enfrentar cualquier problema, que estaba preparado para cualquier inconveniente. Se dedicó por muchos años de su vida a estudiar sobre el funcionamiento no solo mental, sino también físico de las personas, concluyendo que así tal vez él mismo saldría beneficiado gracias a todo el tiempo que dedicó a su preparación.

Comúnmente, le funcionaba. Todos los días trataba de nunca perder los estribos, y aunque en ocasiones le costaba muchísimo, la mayoría lo lograba con éxito, viéndose ante los demás como una persona educada y pacífica.

Pero su inconsciente ya estaba harto de que siempre lo reprimiera, por lo que, rompiendo con toda la estabilidad emocional de su humano, hizo que se enamorara de un latino con particular sonrisa.

El americano claramente había tenido parejas con anterioridad, pero igualmente, nunca se dejó llevar. Siempre era firme e inflexible, marcando un límite en sí mismo que nunca dejó que nadie cruzara. Hasta que México llegó a su vida.

Fue rápido y sigiloso, ni cuenta se dio. Fue tan natural que lo espantaba, y sin esperarlo, su corazón ya se aceleraba al verlo, no podía sacarlo de su mente y se sorprendía a sí mismo soñando con probar los bonitos labios del hispano.

Mentiría si dijera que odiaba por completo el sentimiento, pues no podía negar que la calidez que sentía cuando lo veía sonreír era suficiente para alegrarle la semana entera. También era verdad que él se creía capaz de hacerlo todo para seguir escuchando su melodiosa risa. Se notaba cada día más animado de tan solo pensar en él, y con más gusto atendía a sus pacientes.

A pesar de todo, las cosas malas igualmente estaban presentes, y para el americano, lograban superar a las buenas. Empezando por el hecho de que él sí tenía apetito sexual, al cual claramente no era nada conveniente si buscaba una relación con el mexicano.

Siempre que soñaba con hacer algo más que besar al latino, despertaba únicamente para comenzar a sentirse culpable, pues creía que estaba traicionando su confianza.

Y ahí, sentado en su típica silla, dentro de su consultorio, con México frente a él vestido de traje, se sentía como si todos sus más primitivos instintos lucharan por salir para, aunque sea, acariciar la hermosa mejilla que poseía el latino, ansioso por sentir de una buena vez, la calidez de la piel ajena.

—¿Hola? ¿Tierra llamando al gringo? Hombre, fíjate si te voy a andar pagando para que te quedes como pendejo mirándome.— Chasquea los dedos frente al rostro pasmado de su psicólogo, tratando de regresarlo al mundo de los vivos.

Shit, did I watch you for a long time? (Mierda, ¿Te observé por mucho tiempo?)— El latino se carcajea, pues no es para nada normal escuchar al contrario maldecir.

—Antes que nada, debo decirte que te escuchas demasiado sexy cuando maldices en inglés.— Seguía riéndose mientras caminaba a su asiento, una vez ya acomodado en su lugar, nuevamente fija su vista en el rubio. —Y sí, hasta creí que te habías quedado dormido con los ojos abiertos, lo cual sería algo bastante raro, a decir verdad.

—Lo siento, por la grosería y si te hice sentir incómodo, andaba algo distraído.

—Ay, por favor. No pasa nada wey, o sea, yo digo groserías a cada segundo de mi vida, en mi opinión es algo liberador, ¿No crees?

—Sí, también creo que sí.

—¡Ahí está! Además, tú y yo somos cuates, no es como que te vaya a demandar si de vez en cuando le mientas la madre a alguien.

—Bueno, tampoco es algo que pueda estar haciendo cada vez que se me pegue la gana.— El doctor es observado unos cuantos segundos por el latino, quien lo analiza con los ojos entrecerrados.

En el silencio de tu adiós. (USAMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora