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El tiempo se había detenido en ese instante. Podía sentir sus propios latidos en sus oídos, así como también veía sus manos temblar.

Dirigió su mirada al tranquilo latino que esperaba su respuesta. Sus ojitos lo veían algo extrañados, pues ya habían pasado varios minutos en silencio.

Abrió la boca, para inmediatamente después cerrarla al notar que nada saldría de ella. La alegría comenzaba a crecer dentro de él de manera incontrolable, y nuevamente debía mantenerla a raya para no saltar sobre el mexicano.

—Uy, no me digas que ya te averiaste, doc. Luego me lo van a querer cobrar como nuevo.— Al escucharlo, salió por fin de su trance, aclarándose la garganta para después soltar una risilla nerviosa.

—Lo lamento, me has tomado por sorpresa.

—Se nota. Tampoco es para que aceptes si no quieres, pero sí me gustaría agradecerte todo lo que has hecho por mí.

—No, no. Sí quiero. Me encantaría ir por un café... contigo.— Lo último salió como un susurro, tragando saliva fuertemente después.

—¡Eso es todo! ¿Ahora puedes? Podemos ir a mi casa, me cambio en menos de lo que canta un gallo, y nos vamos rapidísimo.

—Sí, me parecer una grandiosa idea. Nada más dame unos minutos en lo que arreglo unas cositas.

—Está bien.— Canturreó sin borrar su sonrisa. Antes de que pudiera decir algo más, una grandiosa idea se instaló en su mente. —¡Oye! En lo que te espero... ¿Puedo sentarme en tu silla?

Estados Unidos vio que el mexicano se mostraba demasiado emocionado ante la ocurrencia, a lo que soltó una risita cortita.

—Claro que sí, adelante.

Ni lento ni perezoso, el latino trotó hasta llegar al mencionado lugar. Y como si de una reliquia se tratase, se sentó con muchísimo cuidado.

—Wow, me siento más inteligente de repente.

El americano simplemente negó divertido y se puso a arreglar su escritorio, así como también envió un mensaje a su secretaria para cancelara las demás citas que tuviera.

Estuvieron en silencio en lo que ponía en orden sus cosas. Únicamente era roto por las ligeras carcajadas que soltaba el latino cuando giraba en la silla.

Realmente no fue mucho tiempo el que se tardó, y una vez listo, se acercó al alegre mexicano.

—Todo está listo, ya nos podemos ir.— México le sonríe, asiente y se levanta para comenzar a caminar a la puerta.

—¿Por qué te asombraste tanto por mi invitación?

América, al escucharlo, rápidamente comenzó a pensar en alguna excusa que pudiera darle.

—Bueno, es que no me sorprendí por la invitación en sí, más bien fue por el hecho de que quisieras invitarme tú el café. Sueles ser más cuidadoso con tu dinero.

El hispano se carcajea ante la respuesta, mientras asiente con la cabeza.

—Eso fue un golpe bajo, doc. Pues déjame decirte que no soy tan tacaño, pero igualmente nunca está de más guardarse una morrallita.

Comienzan a discutir sobre el tema entre risas mientras salen del consultorio, y sin perder el tiempo se dirigen hasta la calle, donde piden un taxi para poder llegar más pronto al hogar del mexicano.

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Cuando se encuentran frente a la puerta para entrar a la casa del latino, a Estados Unidos no le da tiempo de sorprenderse cuando sus piernas comienzan a temblar de los nervios y ansias.

En el silencio de tu adiós. (USAMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora