Sábado, 16 de Marzo

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Quedan veintidós días

Pov Jennie

Los últimos diez minutos de mi turno en TMC son los que siempre se me hacen más largos. Dudo si llamar al siguiente número de mi agenda, aunque eso significaría que me importa cumplir como buena trabajadora, y me da igual. En lugar de llamar, echo un vistazo rápido a Camino hacia la paz.

  Leo nuevas publicaciones en la sección 《Compañeros de suicidio》. Es curioso, hay personas que publican el mismo comentario varias veces. Me pregunto si no les habrán gustado las respuestas recibidas, y luego me pregunto si alguna otra persona, aparte de mí, habrá respondido a Lisa. 《¿Me habrán escogido a mí antes que a otra?》 La simple idea me produce un escalofrío al que no estoy acostumbrada. Sobre todo, porque jamás me han escogido a mí si existía otra alternativa.

  Sin embargo, pensándolo bien, Lisa no debe de haber tenido donde elegir. Willis, Kentucky, está en medio de la nada. Por suerte para ella, Langston está a solo quince minutos al oeste de la nada.

  -Ya te he dicho que dejes de mirar páginas de citas cuando estés en el trabajo- masculla Laura.
-¿Y a ti qué te importa lo que yo mire?- Minimizo la ventana antes de que pueda ver con más detalle de qué página se trata.
Se quita el esmalte cuarteado de las uñas rosas.
-A mí me da igual. Pero sí te diré una cosa; ahí solo encontrarás a tíos raritos.

Ni imagina cuánta razón tiene.
-Gracias por el consejo.- Hago todo lo posible pro conservar la cara de póquer, pero no lo consigo.
Laura sacude la cabeza.
-A mí no me vengas a decir nada cuando te entre un virus en el ordenador.- señala mi pantalla.
-Ya me aseguré de avisar al señor Palmer de que la página web de tíos raritos está abierta por mi culpa.- Le guiño un ojo antes de coger el teléfono intentando no reír, y marco el siguiente número de mi lista: Marco Gorges, residente en Rowan Hill Drive.

-¿Diga?- Una voz grave responde al teléfono.
-Por favor, ¿Podría hablar con el señor Marco Gorges?
-Soy yo- dice la voz
-Qué tal, señor Gorges, soy Jennie Kim, lo llamo de Tucker's Marketing Concepts en representación de Fit and Active Foods, empresa de alimentación saludable. Quisiera hacerle algunas preguntas.
-¡Vete a la mierda!- me espeta, y cuelga el teléfono.
Me vuelvo hacia Laura.
- Este hombre acaba de mandarme a la mierda.
Ahora es ella la que se ríe.

Decido tomar el camino más largo al ir a buscar a Lisa. Empiezan a temblarme las manos cuando giro por Tanner Lane. Evito esta calle siempre que puedo desde lo de mi padre. Tanner Lance se encuentra en las afueras del pueblo, donde solo están el centro recreativo y un par de tienduchas de mala muerte. Mientras voy conduciendo, me permito mirar a la izquierda.
  Entonces la veo: la tienda de comestibles de mi padre. La destartalada edificación de cemento gris que conserva el mismo aspecto que antes a pesar de estar abandonada: lo que dice más sobre su condición pasada que sobre la presente.

La cuidad quiere derribarla. Por lo visto, algún constructor ha comprado el solar y hay un proyecto para poner una de esas elegante gasolineras con una gran tienda, donde uno puede servirse un granizado de cualquier color, comprar una porción de pizza caliente y llenar el depósito. Lo único que podía comprarse en la vieja tiendecilla de mi padre era una barrita de caramelo, una taza de café y el periódico.
  Sé que debería estar impaciente por que la derribaran, ansiosa por ver cómo su recuerdo queda hecho pedazos. Quizá, si la escena del crimen dejara de existir, la gente empezaría olvidar. Pero sé que eso no es cierto. Y, aunque lo fuera, no quiero ver desaparecer el edificio.

Para bien o para mal, representa mi infancia.
Me quedo mirando la edificación y recuerdo estar sentada en su interior, detrás del mostrador, con mi padre. Compartíamos una barrita Snickers y escuchábamos a Bach. Él me contaba que, cuando era joven, soñaba con aprender a tocar piano. Decía que, en cuento ganara dinero suficiente en la tienda, iba a pagarme unas clases de piano. Me enviaría a uno de esos elegantes campeonatos especializados en música. Supongo que las cosas no salieron exactamente como pensaba.
     El aparcamiento está vacío. Aparco junto al edificio y apago al motor. Bajo del coche y paso las manos por los ya conocidos bloques de cemento. Doy la vuelta al edificio, doblo la esquina y busco el lugar de la acera donde imprimí la huella de mi mano sobre el cemento fresco cuando tenía diez años.

Mi corazón en los días grises. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora