3. ¡Diez minutos! Desayuno express

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Grace.

 

Me levanté con el estruendoso y molesto ruido de mi alarma, gemí y aún con los ojos cerrados, agarré la colcha y me tapé del todo. ¿Por qué mi cama era repentinamente más cómoda en las mañanas de escuela?

Saqué un brazo y casi como si fuese un instinto, apagué la alarma y me volví a dormir.

(…)

—¡DESPIERTA! –oí la voz de mi padre de repente, provocando que me cayera de la cama. Dejo escapar un quejido y levanto la vista, está ahí parado sosteniendo un megáfono.

—¿Qué rayos fue eso? –pregunté algo aturdida.

Señaló con el mentón hacia mi mesa de luz, donde yacía el reloj-alarma, el cual mostraba que faltaban diez minutos para que el primer período iniciara.

—Diablos –mascullé y corrí hasta mi cómoda, dónde tomé la pila de ropa que había separado ayer. Si había alguna de mis rutinas que era verdaderamente útil, definitivamente era esa. Les sorprendería saber los minutos que ahorraba al no tener que elegir mi atuendo en las mañanas.

—¡Ducha de un minuto y desayuno express, vamos, vamos, vamos! –gritó a través del altavoz mientras yo zigzagueaba por mis pertenencias esparcidas en el suelo de mi habitación como si fuese un campo de obstáculos con neumáticos.

Olvidé mencionar que papá estuvo en el ejército. Al finalizar la secundaria, sintió que debía servir a su país y se alistó. Un año, cuando regresó a Connecticut para las fiestas, conoció a mi madre y estuvieron saliendo por varias semanas, hasta que él tuvo que volver a Afganistán. El año siguiente, se tomó un descanso de más tiempo, por lo que pudo estar con mamá mucho más y se enamoraron. Cuando ella supo que estaba embarazada de mí, papá había vuelto al campo de batalla y casi le dan un tiro en la sien, el cual terminó llegando a su hombro. Así que cuando volvió para recuperarse y se lo contó, ella se largó a llorar y le confesó que estaba embarazada. Ahí fue cuando mi papá, aún joven, se retiró para que su futura hija tenga un padre. Se casaron y claro, pocos meses después nací yo. Sinceramente, las pocas relaciones que había tenido fueron un completo fracaso, pero una historia de amor como la de mis padres en la que se arriesga todo por amor y no piensan dos veces a la hora de actuar; era el tipo de historia que me hacía seguir creyendo que el amor aún existía.

Uh, pero no es que me considere una romántica… no, para nada…

Finalmente, llegué hasta el baño, me despojé de mi piyama y me di una ducha al estilo flash. Me cambié, y me cepillé los dientes con una mano mientras que con la otra me secaba el cabello.

No pregunten como vivo.

Escupí la pasta dental, me enjuagué la boca y corrí hasta mi cuarto para buscar la mochila, luego bajé las escaleras y prácticamente volé hasta la sala y una vez en la cocina, papá me esperaba con uno de sus desayunos express: barras energéticas licuadas. Sí, sonaba asqueroso, y tampoco podía darle mucho crédito al sabor, pero se tomaba en quince segundos si lograbas aguantar su gusto.

Me entregó el vaso y casi me atraganto en la carrera hasta subirme al auto, y para cuando abrí la puerta ya había terminado mi desayuno. Con una perfecta puntería, arrojé el vaso descartable hacia un cesto de basura cercano y cerré la puerta. Suspiré y me puse el cinturón.

En ese instante, mamá salió a la puerta y agitó la mano en señal de saludo.

—¡Los quiero! ¡Suerte a los dos! –lanzó un beso y papá hizo sonar la bocina en respuesta.

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