6. Guerra de nuggets

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Hunter.

 

Conduje el auto hasta la entrada del local de comida rápida. Avanzamos dos metros y al instante, ambos nos dimos cuenta de que estaba toda la zona saturada de Mini Vans.

Oigo un gruñido a mi lado y ladeo la cabeza hacia ella, quién clavaba las uñas fuertemente en el cinturón de seguridad como si fuese a desgarrarlo.

—Condenadas madres taxistas –susurra entornando los ojos, con aire de seriedad; como si estuviese hablando con su peor enemigo- Tarde o temprano me las pagarán.

Uf, yo sabía de sobra la rivalidad que tenía Grace con las madres que llevaban a sus hijos y a los amigos de estos a los entrenamientos de fútbol en grupo; o como ella las llama: madres taxistas. Créanme. Ellas siempre se colaban en las filas con la excusa de estar muy cargadas –aunque así era-, y daba la casualidad de que Grace era justo la persona que estaba por ser atendida. Y si podía aconsejarles algo: nunca, jamás, de los jamases, se interpongan entre Grace y sus nuggets. Yo lo había aprendido a las malas cuando teníamos cinco años. Y seguía sin comprender del todo que había sucedido.

—Son las cuatro y media, es la hora en que los niños de primaria salen de la escuela –digo, ella se gira como la niña del exorcista y juraría que puedo ver fuego en sus ojos.

—Odio a los niños –murmura, cruzándose de brazos.

—No es cierto –miro por el espejo retrovisor y compruebo en que ya se había formado una larga fila detrás nuestro. Aunque quisiera salir, no podría- Amas a Zoey y a cualquier otro niño con el simple hecho de existir –replico riendo.

—Bueno… sí –se encoge de hombros- Pero los odio cuando intentan arrebatarme la comida.

—Hmm, bueno eso nos ocurre a todos.

Se echa a reír.

—Por favor, Hunter. Tú eres incapaz de odiar a alguien, tan solo a los condones pinchados.

Esbozo una media sonrisa y le guiño un ojo.

La fila avanzó bastante y giré el volante hacia la derecha, justo hacia la playa de estacionamiento.

—Maldición –frunzo el ceño al comprobar en que no hay espacio para manejar hacia la cabina para retirar la comida inmediatamente.

—¿Qué? –pregunta.

—Deberemos bajar y hacer la fila adentro.

—Oh… muy bien –asiente y aprieta el botón para bajar la ventanilla, asoma la cabeza y la menea luego de unos segundos de husmear cual suricato- No hay lugares libres para aparcar.

—Demonios –gimo. Si había algo que verdaderamente detestaba era que no haya lugar para estacionar y tener que rondar durante largos minutos para encontrar un espacio para dejar el coche.

—¡AHÍ HAY UNO LIBRE! –gritó Grace con vehemencia, inmediatamente giré mi cabeza y me fijé en el Volkswagen que acababa de irse.

Iba a pisar el acelerador cuando noto que un Ford Fiesta azul está enfrentado a nosotros. Al volante iba una mujer cincuentona algo rechoncha y con el cabello en una gran mata gris, de las cuales colgaban ruleros. Me sentía como en esas películas de vaqueros a colores sepia en las cuales hay dos totalmente enfrentados a punto de sacar el arma.

Grace gruñe.

—Acelera –me pide y me mira:- Todo sea por los nuggets.

—Todo sea por los nuggets –asiento.

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