Cap 2: La realeza y la nobeza

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Una castaña de pelo corto y una pelinegra de cabello largo estaban deambulando por las calles del pueblo mirando a todas partes mientras buscaban con desesperación.

-No lo veo, ¿tú lo ves?- preguntó la castaña.

-No, lo perdí de vista.- respondió la pelinegra y soltó un fuerte chillido de exasperación. -¡Aaaiiissshhh! Él estaba justo aquí, ¿cómo se nos pudo perder?

-Cálmate, Vivian, de seguro debe estar en alguna parte.- dijo Anzu calmando a su hermana.

-¡Pero estábamos tan cerca de conocerlo!

-Ya lo sé, ¡No es justo!- gritó la ojiazul golpeando el piso con el pie molesta.

-Bueno, olvídalo, seguramente ya se fue con sus guardias de regreso al palacio, así que no vale la pena.- dijo Vivian con las manos en las caderas.

-Tienes razón, mejor volvamos a la boutique a recoger nuestros vestidos antes de que el torpe de Yugi los arruine.

Ambas asintieron de acuerdo y se dirigieron de regreso a la boutique de vestidos, todo el tiempo refunfuñando y quejándose de que no habían podido encontrar al príncipe y preguntándose en donde estará.

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Ninguno se movió, ninguno respiró.

Solo se quedaron inmersos en las lagunas de colores que eran los ojos del otro, deseando nunca dejar de ver aquellas gemas brillantes del otro. Era como si todo el tiempo del mundo se hubiera detenido solo para perdurar ese momento, haciendo que ambos vieran algo que nunca pensaron ver en los ojos de una persona:

Uno veía: valentía, determinación, fuerza y protección.

Y el segundo miraba: ternura, bondad, amor y esperanza.

Sin duda alguna, fue lo más hermoso que ambos hayan visto en sus jóvenes vidas. Y cuando finalmente parpadearon para aclarar mejor su visión... sin que fuera posible sus ojos se abrieron aun más por lo que vieron.

Era tan atractivo, una piel de un caramelo tan dorado como el bronce, con rasgos finos y bien formados que reflejaban su madures y convicción, que sentía que se derretiría por completo al ver la sensualidad de su rostro.

Pero el otro era tan hermoso, con una piel tan delicada y fina como las sedas en la nieve, mostrándole tanta inocencia y pureza como nunca creyó ver, provocando que su corazón amenazara con explotar si continuaba viendo ese rostro nacido de los ángeles.

Finalmente, el primero en salir de su trance fue Yugi, quien desvió la mirada dirigiéndola hacia abajo con un rubor rosado de vergüenza en sus mejillas, haciendo que Atem no pudiera evitar sentir más ternura por él, mientras el otro susurraba suavemente.

-D-discúlpame, no me di cuenta de que alguien había entrado.

-¿Eh?- pareció que con eso Atem parpadeó para finalmente salir de su hipnotismo. -¡Oh! N-no, no es tu culpa, fue mía. Cuando entré creí que estaba vacío, no sabía que había alguien aquí dentro. Así que no te disculpes.- luego se levantó del suelo y le tendió la mano a Yugi. -Ven, déjame ayudarte.

Yugi lo miró desde abajo con asombro; él esperaba que aquel extraño le gritara o se molestara por haberlo hecho tropezar, como ya estaba acostumbrado a que lo trataran, pero en cambio fue muy cortes y amable con él, incluso diciéndole que la culpa era suya y no de Yugi.

Miro al extraño que aun seguía con la mano extendida para levantarlo, el rubor de Yugi aumentó por la vergüenza y temblorosamente aceptó la ayuda del extraño, parándose frente a él con una miraba baja y avergonzada.

Violeta CenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora