Tercera Parte.

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El elevador ascendía.

La vista era completamente preciosa, un atardecer entre la perfecta combinación de los colores azul, naranja y fucsia; era increíblemente indescriptible dentro de su vocablo clasificar tal espectáculo en el cielo. No comprendida la clase de gente que no le daba la mínima atención a esa creación tan inhumanamente pacífica. Perdido, yacía completamente sumergido en sus pensamientos. Aquél atardecer le hizo recordar a un pesada y dura escena en su amargo pasado.

Aquél pasado en el que se había prometido que dejaría de matar para ser un escritor y terminar aquella novela que dicho hombre le encomendó, había fracasado completamente.

¿La razón? Por sus niños. Sediento de venganza, abrumado por la desesperación y el dolor que se adjuntaba en su pecho, formandole un dolor que era irreal, partió hasta la que sería su tumba, según le había dicho un hombre. Un tal detective. Pero por alguna razón se había equivocado. Tras masacrar la organización de Mimic y asesinar a su lider, terminó incluso más vivo que nunca. Pero completamente vacío. Puesto a que no podría empezar de cero como si nada, necesitaría desahogarse, sin importarle la cuesta de vidas que eso requería.

Se prometió que vengaría y actuaría en nombre de sus queridos infantes asesinados.

Con el pasar del tiempo, desarrolló una especie de gusto por asesinar, despellejar, y fulminar a balazos a los criminales que acosaban a niños o tenían terceras pero desagradables intenciones. Le causaba un enfermo placer admirar el petrificado rostro de la víctima que yacía de rodillas, implorandole al hombre pelirrojo por su tan miserable y patética vida. Oda solo escuchaba todo, y sin importar lo que le dijeran, nadie lograba convencerle tan solo un poco de perdonarles la existencia. Solo apretaba el gatillo y los sesos salían volando por la parte trasera de la cabeza. Era un escenario que le causaría indigestión a cualquiera que lo viera. La mafia lo obligó a acostumbrarse. No, mejor dicho, se vió obligado a hacerlo.

El timbre de que había llegado a la planta más alta lo sacó de su mar de pensamientos, había vagado lo sufiente como para que hayan pasado alrededor de unos cinco minutos.

Incluso había olvidado sus principales memorias.

Aquél atardecer le había recordado al día que enterró en el cementerio a sus niños. Tan vívido de colores, tan vivo. Aquello marcó un nuevo comienzo para él mismo.

El hombre salió de allí dentro con las manos en sus bolsillos. Lo esperaban unos dos guardias, que al notar su presencia, le hicieron una reverencia. El mencionado únicamente los ignoró. No buscaba ser reconocido por nadie, solo cumplía con las misiones que se le encargaban. Con los deseos que tenía. Con las ganas de matar, lo encadenaban cada vez más cerca de lo que alguna vez fue, un solitario asesino que solo cumplía órdenes sin importarle un carajo su víctima.

Vió la puerta de semejante habitación abierta de par en par, supuso que su líder lo estaba esperando, y con ansias. La fría voz del mencionado no tardó en oírse por los oídos ajenos, a Oda se le había ordenado pasar cosa que sin cuestionar, cumplió. A los guardias, se les ordenó que cerraran las puertas y que luego se fueran de allí.

E ahí estaba, admiró la figura del menor ante él. Estaba sentado cómodamente en el  sofá principal de la habitación, color rojizo, admirando la vista que con anterioridad, ocasionó que Oda se perdiera en sus pensamientos.

Se acercó lo suficiente como para acomodarse detrás del sillón, apoyando sus codos en este. Estaba al lado de Dazai, la única diferencia era que el otro estaba sentado.

Hubo un cómodo silencio durante unos segundos. El hombre no iba a dar la primera palabra, no cometería tal falta de respeto ante quien alguna vez fue su mejor amigo. La incomodidad se hizo presente en aquél lujoso ambiente, hasta que se acabó.

—¿Cuántas veces debo regañarte por lo mismo?

 EROS  -  odazai fic. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora