Celos

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Disclamer: Todos los personajes, lugares y parte de la trama pertenecen a Thomas Astruc y Jeremy Zag, creadores de esta maravillosa serie (aunque nos hagan sufrir a veces). Yo escribo para divertirme y sin ningún tipo de ánimo de lucro.

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-Celos-

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—A ver... deja que lo vea —exigió Alya, extendiendo las manos para tomar el cuaderno. Marinette se lo pasó y los ojos de su amiga se abrieron de par en par al tiempo que sus labios se separaban para dejar ir un jadeo de admiración—. Vaya... ¡Es precioso!

—¿Tú crees?

—¿Bromeas? ¡Es el vestido más hermoso que jamás he visto! ¡Vas a ganar ese concurso sin ninguna duda! —Marinette sacudió la cabeza sin hacer más comentarios, aunque sus ojos esperanzados y brillantes no se apartaron del boceto. Alya sonrió complacida, pero de pronto torció la boca—. ¡Debes tener más confianza en ti misma! —Le aconsejó, aunque sonó más como una orden. Chasqueó la lengua—. ¿Por qué no le pedimos opinión a alguien más experto?

—¿Más experto?

—¡Eh, Adrien!

El chico sufrió un espasmo y trató de disimular. Movió la cabeza al oír su nombre como si buscara a la persona en cuestión y fingió una sonrisa espontánea.

—¡Hola! —Saludó y Alya le hizo un gesto para que se acercara. Él asintió y terminó de bajar los escalones hasta la planta baja del colegio. Ahora que las nubes se habían ido, un sol salvaje y radiante inundaba el hall del instituto, cegándole un instante al girarse hacia las chicas.

Se dio ánimos a sí mismo y se instó a relajarse, sobre todo debía disimular para que ellas no notaran que llevaba un rato observándolas.

—¿Qué pasa? —preguntó al llegar junto a ellas.

—De por aquí eres el que más entiende de moda —Alya le entregó un cuaderno de dibujo y se cruzó de brazos con una sonrisa curiosa—. Dinos, ¿qué te parece?

—Ah... ¿y qué es?

—El diseño que Marinette enviará al concurso de la revista —respondió la otra—. Míralo bien y dinos qué opinas.

—B-bueno... solo si no estás muy ocupado —añadió Marinette con un hilillo de voz. Se veía algo turbada y sus hombros estaban tan tensos que parecían los picos de un par de montañas sobresaliendo del paisaje.

—¡Para nada! ¡Me encantaría ayudar! —anunció él, feliz. Dejó su mochila en el suelo y tomó asiento en el banco al lado de la chica. Lo más natural para él fue sentarse pegado a ella; sus hombros y sus rodillas entraron en contacto y hasta su nariz llegó flotando su deliciosa fragancia. La intimidad entre ellos era, para esas alturas, tan grande que si Adrien se hubiese dejado llevar, la habría rodeado con un brazo o colocado su mano sobre la pierna de ella en una afectuosa caricia. El problema era que para Marinette tal familiaridad no existía con él y por eso se alejó unos centímetros de la manera más disimulada que pudo.

Por supuesto pensó, decaído, al notarlo. Apretó los dientes para evitar hacer una mueca de frustración y subió el cuaderno hasta la altura de su nariz para observarlo.

Entendía (y trataba de recordarse) que su relación con Marinette era muy distinta siendo Adrien y siendo Chat Noir. Y de veras que hacía un esfuerzo para no sobrepasarse y mantener las distancias lógicas con ella, pero no podía evitar sentirse mal cuando era ella quien le hacía a un lado.

Luces ApagadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora