Tres

331 50 189
                                    

————
3
De entrevistas y decisiones
————

Siempre he creído que cada hogar tiene un aroma especial, y siento de cierta forma todos lo llevamos con nosotros al salir, como si una partecita de nuestra casa quisiera acompañarnos donde sea que vayamos, para que no olvidemos que ese lugar acogedor nos esperará al final del día sin importar que tanto nos alejemos de él.

Mi hogar en las mañanas me recibía con un olor versátil y amargo del café recién hecho, mezclado con la fragancia de las múltiples plantas que adornaban absolutamente cada rincón de la estancia, y la fragancia de verduras salteadas cocinándose en la sartén turquesa de mi abuelo.

—Miren, si no es nada menos que la futura estudiante de Queens. —exclamó papá desde su asiento nada más verme, su cabello más rizado que nunca por el despertar, y un libro de Oscar Wilde en la mano que no sostenía su café. 

John sonrió bajándole el fuego a la cocina. —¿Cómo están esos nervios, Aggie?

Sonreí posando un beso en la mejilla de papá. —Inexistentes, ¿y mamá?

Si quitábamos el hecho de que había dormido dos horas, me dolía la cabeza, me sudaban las manos y sentía que en cualquier momento iba a vomitar, no estaba mintiendo tanto.

—Esa es mi Ness. —el hombre más increíble del mundo aplaudió, y no pude evitar sonreír—. Tu madre está en su sala de meditación haciendo unas posiciones extrañas que según ella le ayudarán para parir, de las que prefiero no preguntar. Dijo que hoy iremos a Susan's a celebrar.

—Eso depende de la entrevista. —agregué sacando del refrigerador un yogurt de soya y frutillas ya cortadas—. Aún no me han aceptado.

—Ya estás dentro, —comentó John revolviendo con una cuchara de palo las verduras—, no hay forma de que no lo estés teniendo la recomendación de mamá.

Fruncí el seño. —Si me aceptan no será por mamá, será porque tengo buenísimas calificaciones, hice voluntariado todo el verano y tengo recomendaciones de todos mis profesores.

—Y de mamá.

Le arrojé un pedazo de fruta en la frente. —Cállate, John residente-del-hospital-de-papá.

—Yo admito que el mayor mérito que tuve para entrar a un hospital como ese fue porque soy el hijo del dueño. —respondió descaradamente, alzando sus hombros para restarle importancia a un tema así de serio—. Si fuiste premiado con influencias, hay que usarlas.

—Si tú te sientes bien con eso, hermanito, es cosa tuya —no pude evitar seguir la conversación, estaba irritada—, pero yo no estudiaré gracias a un apellido, quiero conseguir las cosas por mí misma.

Soltó una carcajada sonora. —No presentes la carta de mamá entonces.

Alcé una ceja, odiaba cuando nos desafiábamos el uno al otro. —No lo haré.

—Hija, no sé sí...

—No, realmente no lo haré. —agregué con seguridad, moviendo mucho los brazos—. Y cuando entre de todos modos quiero que me prestes tu auto para practicar antes de mí examen de conducir.

John no lo dudó ni un segundo. —Trato hecho.

Aún me cuesta creer que fue esa conversación tan sencilla la que empezó todo y cambió mi vida por completo.

Recuerdo absolutamente cada detalle de la oficina en la que tuve mi entrevista porque, en mi nerviosismo, hice un inventario de cada objeto presente en la habitación. Las persianas eran blancas, el piso era de fresno, el escritorio de vidrio y el rector tenía ocho cabellos blancos decorando su cabellera rubia.

Fuente de LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora