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— Hey… — Dijo el bicolor dando toquecitos en la puerta que yacía abierta.

— ¡Oh Yara! — Contestó asustado el otro bicolor. Al ver quién era su visitante se tranquilizó un poco—. Argentina, eras solo tú…

— Sep, solo yo… — Contesto mirando lo que el peruano había escondido con rapidez en su espalda— ¿Es una foto? ¿Tienes una foto?

— Shhh si lo gritas a los cuatro vientos me la van a quitar—. Refutó enojado, callandolo.

Argentina dio una última vista al pasillo, viendo que a esas horas, la gran mayoría de sus compañeros se encontraban o trabajando o entrenando. Así que entró al cuarto del bicolor sin preocupación, cerrando—no del todo—la puerta de este.

— Así que… ¿Esa es tu pequeña? — Preguntó curioso mientras se sentaba en aquella cama simple.

El peruano solo asintió. Su mirar tenía un tinte nostálgico y de tristeza. Aquella foto que ambos miraban con cariño y curiosidad, respectivamente, era solo una mala captura de una pequeña que yacía jugando en un parque de niños.

El silencio en aquella habitación era tranquilo y consolador. A diferencia de, todos sus días, en los que la música sonaba a todo volumen.

Argentina con cuidado, fue subiendo su brazo derecho para así atraer al peruano hacia su cuerpo, el peruano se dejó hacer, acomodándose en el pecho de este mientras que el argentino apoyaba su espalda en la cabecera de la cama y abría sus piernas para que el peruano se colocara entre ellas.

Eran esos pequeños momentos los que conformaban su amistad. Sin hablar, sin llorar ni quejarse, solo abrazarse y permitir un toque diferente al que recibían de los clientes. Quizás por eso Chile los tildaba de aburridos. El chileno era, entre los tres, el más hablador y juguetón. Y aunque quisiera negarlo, el hecho de que pasará el mayor tiempo posible en sus descansos con ellos, los quería.

— Fuiste elegido ¿No?

— Sí… — Susurró algo adormilado, aquellas caricias en su cuero cabelludo le hacían dar sueño.

— Tu paga ¿Piensas mandarla a tu madre?

— Sí… Es lo único que puedo hacer por ellas. Darles el dinero necesario para que puedan mantenerse, mientras creen que me escapé para no regresar más… ¡Ja!— Carcajeo, su ceño ahora estaba fruncido, el sueño se había ido y en cambio un pequeño dolor en su pecho se instaló—. Cómo si quisiera perderme el crecimiento de mi propia hija y estar en un puto prostíbulo atendiendo las frustraciones sexuales de otros… Cómo si quisiera dejar mi vida por una en la cual está ya no es mía… Cómo si quisiera… Quisiera...— Pequeñas lágrimas caían de aquellos ojos café claro. Eran pequeñas, no había cascada ni lluvia, solo unas pequeñas lágrimas recorriendo aquellas mejillas de color rojo, habían sido tantas las veces que lloro, que hasta sus lágrimas se habían cansado de recorrer el mismo camino una y otra vez.

Argentina por su parte, miraba a la nada, metido en sus pensamientos, recordando sus épocas de niño, sus épocas de adolescente, viviendo tranquilo y en paz… Recordando cuando conoció a Chile, cuando empezaron a vivir juntos para poder mantener aquel pequeño departamento (...).

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— Urgh… — Suspiró con frustración.

El de estrellas se encontraba sentado en su escritorio, mirando una y otra vez sus apuntes y los expedientes.

Estaba cansado. Y aburrido, también.
La poca información sobre el caso lo irritaba.

Perú, un joven de 24 años, padre soltero, con poca vida social y una madre de 40 años.
Había sido visto la última vez entrando a su departamento, cansado como algunos vecinos dijeron, su pequeña hija estaba quedándose con su abuela ya que al parecer el joven había estado teniendo problemas con un grupo de hombres.

Las canciones del recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora