—Puedes dar mucho más, Minerva.
El director de la Biblioteca Estatal de la Ciudad de Milán ha sido implacable en su decisión. No puedo seguir trabajando para el edificio debido a mi torpeza y a un descuido que le costará miles de dólares a la institución que no se recuperan con el aporte de los socios sino que tendrá que destinarse parte de los fondos públicos anuales a fin de restaurar el desastre que cometí.
—Lo siento tanto, señor.
Mis mejillas están rojas y me cuesta mucho no contener el llanto mientras le hablo.
—Me encargaré de restaurarlo en cuanto sea posible—le prometo.
—Ya hemos puesto en aviso a su familia, señorita Ruggeri.
—¿Qué? ¿Mi familia lo sabe?
Ya puedo escuchar la voz de mi madre recordándome por qué no fue buena idea elegir graduarme en la carrera de bibliotecología. Una vez recibida, me costó mucho encontrar trabajo que sea remunerado, una herida grave para una familia de altas expectativas tal como es la mía.
—Lo hemos tenido que hacer—me informa el director—, los gastos implicados superan lo acotados que estamos con el presupuesto que nos asignan.
—Yo me haré cargo de los gastos—prometo.
—Su madre lo hará. Ya asumió el compromiso y nos efectuará la transferencia en las próximas horas.
—Mi madre no tenía por qué enterarse de esto.
—Nos hemos visto en la obligación.
Definitivamente hice realidad una de mis mayores pesadillas. Nunca quise que algo así me sucediera, pero siempre le temí. Tropezar en los pasillos de la biblioteca y tirar abajo una estantería completa que la detuvo solo una de las paredes laterales.
Ahora sólo me queda no arruinar las cosas con el director, ya que ha tomado la diplomacia de llamarle a mi madre sin que yo me entere y ver si al menos me da una carta de recomendación.
—Claro—asiento sin más—. Busco mis cosas, ¿no?
—Ya las tiene en una caja sobre el mostrador.
Cielos. Siempre tuve la sospecha de que no me querían en este lugar porque me costó entender los antiguos códigos que tienen o la obsoleta manera de clasificación de textos que llevan, quizás a eso se deba que cada vez pierdan más prestigio por parte de la comunidad o que no les actualicen presupuestos.
Después de todo, quizás este lugar no era para mí.
—Le enviaré su carta de recomendación por mail—me promete el director y no me limito a decirle nada una vez que me dirijo hasta el mostrador de recepción para recoger una caja con mis cosas. No hay más que una taza para el café, dos libros, un abrigo y una foto de mi perro.
Cuando salgo, encuentro el auto de mamá aparcado en la puerta. Por algún motivo, ya me esperaba que estuviese aquí.
Abro la puerta del Volkswagen blanco y meto mi caja en el asiento de atrás para yo sentarme en el de acompañante. Ella está frente al volante.
Doy un suspiro y miro mi reflejo por el espejo lateral. Mi cabello negro está demasiado ondulado por la humedad del clima y lo único que hago a fin de intentar controlarlo es correrlo a un costado para ver a los ojos mi reflejo, los ojos color turquesa en medio de mi piel pálida, resaltando también mis labios rojizos de tanto que me los he mordido mientras tuve que tolerar el reto por parte del director. ¿Qué tan equivocada estás, Minerva? Solo quieres hacer las cosas bien, sólo quieres hacer tu propio nombre haciendo lo que amas y no viéndote obligada a lo que tu familia quiera someterte, no es tan difícil.
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Piero Russo 1. Todo tuyo (FRAGMENTO)
RomancePara un hombre como él, solo el cielo es el límite. Identificador 1878-56-393