9. El cielo de Russo

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La residencia de Russo es preciosa. Tiene estilo, modernidad, libros por todas partes y un toque, quizá, frío como la imagen que inspira él.

Cuando me dijo que iríamos por otro cosmopolitan para probar estar vez el de arándanos, no imaginé que me terminaría trayendo a su casa. Lo cual consigue confundirme instalando toda clase de dudas en mi sano juicio. ¿Qué quiere? ¿Por qué yo tengo que padecer las consecuencias de un capricho suyo? Según indica, esta reunión se trata de hablar sobre negocios, pero ¿qué quiere negociar con una tercera copa de bebida blanca, de por medio?

Si sospechaba que me traería a una casa en un vecindario rústico estaba equivocada, ya que el lugar donde vive es en un penthouse bellísimo en uno de los edificios más importantes de la ciudad con un punto estratégico que permite ver de manera panorámica la ciudad italiana, además de tener una perspectiva privilegiada a Los Alpes que apenas se divisan a lo lejos; la oscuridad nocturna los está cubriendo sin quitarle magnificencia.

Tras bajar del ascensor más largo de la historia de mi vida y conocer la sala vidriada de su residencia, me encamino a quedar embobada mientras distingo toda la ciudad como un hormiguero de luces que no paran de titilar allá abajo. Todo alrededor es vidriado, hay una chimenea, paredes tapizadas en libros y hasta una piscina lateral se observa al otro lado del balcón, además de tener una barra extensa en un lateral con bebidas de toda clase.

Sospecho que esta noche no habrá barman para un nuevo cosmo de frutas.

—¿Quieres salir a ver?—me propone, acomodándose el saco.

Mi corazón se acelera al pensar en la altura a la que estamos, adrenalina que acepto y él quita el seguro electrónico a los cierres de los ventanales para salir al balcón.

—Ven—insiste con un gesto.

Acepto y avanzo en su dirección como lazarillo guiando a un ciego por su propia oscuridad. Una vez fuera, el viento impacta en mi rostro y debo enfundarme en mis propios brazos al sentir el frío repentino que me provoca esta altura. Piero se quita rápidamente su saco y me envuelve en él.

—No, no, estoy bien—le intento detener, intimidada por tenerlo tan cerca. Sin embargo, una parte de mi sabe que no estoy en absoluto desagradecida por su ayuda.

—Vas a pescar un resfriado, dentro del club hacía mucho calor—insiste acomodando la prenda y apartándose nuevamente. Sus manos se afirman a la barandilla y me acerco más a él. Hay una capa vidriada alta un metro más allá que impide avanzar para evitar problemas desde el edificio.

Su saco me envuelve también en su perfume, dejándome completamente embriagada en él. Una mezcla cítrica y mentolada que llenan mi interior mientras el ruido muy lejano de las avenidas llega como si fuese un muy lejano murmullo casi imperceptible. Lo más impactante de todo es notar la vista enfrente de las edificaciones rocosas naturales más bellas que podrían captarse desde esta distancia.

—¿Qué piensas—le pregunto—, cuando te levantas por la mañana y ves esto que hay a tu alrededor? ¿Debes sentirte el dios del mundo?

Él tuerce el gesto.

—Nada de eso—contesta—, pero sí debo admitir que no suelo estar aquí. Compré el penthouse con la finalidad de estar más en casa, de tener un motivo para quedarme, pero la empresa no me lo permite. Muchos viajes, poco tiempo disponible y pocas oportunidades para tomarme unos minutos a maravillarme con esto.

—No ha de ser difícil acostumbrarse a los lujos.

—Odio acostumbrarme, odio aferrarme a lo que sea. Personas, sentimientos, libido en objetos materiales, no creo que los apegos puedan darnos libertad, no me gusta pensar en un techo o en un límite que me impida crecer.

Piero Russo 1. Todo tuyo (FRAGMENTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora