Capítulo 5

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En cuanto giré la llave, me dejé caer hasta el piso y apoyé la espalda contra la madera. Cuando terminé de repasar las últimas dos horas por mi cabeza, me levanté y corrí en busca de mi celular para llamar a Val.

¿Hola?

—Fue increíble —murmuré tirándome sobre la cama.

Cuenta, cuenta —dijo emocionada.

—Hablamos sin parar sobre momento vergonzosos, otros no tanto, y... —me detuve y suspiré.

¿Y...? —musitó impaciente.

—En ningún momento dejé de pensar en las ganas que tenía de comerle la boca.

¡Rae! —exclamó y comenzó a reír—. ¿Entonces lo seducirás? 

—¡No! —bufé—. Primero, ni sé hacer eso; y segundo, seremos solo amigos, nada más.

Nada más —repitió y asentí, aunque no podía verme—. Si tú lo dices.

La ignoré y seguí contando.

—Él va al mismo gimnasio que yo y dijo que va a ir a verme entrenar de vez en cuando, ¿no es raro que nunca nos hayamos visto?

Tal vez se cruzaron, pero nunca se prestaron atención.

—Tal vez... —balbuceé pensando.

Era buena ocultando mis sentimientos, pero eso no significaba que sentía menos. La había pasado muy bien, quizá demasiado, y su sonrisa no desaparecía de mi cabeza. «De seguro usó aparatos igual que yo», pensé. Sus dientes eran blancos y súper prolijos, siempre se llevaban toda mi atención cuando aparecían. Sin embargo, sus ojos no se quedaban atrás. Tenía las pestañas más largas que yo naturalmente y era envidiable, pero le quedaba excelente.

Si bien estuve más de dos horas intentando distraerme con alguna que otra serie, incluyendo Gossip Girl, eso no fue posible. Al final decidí ducharme y acostarme para luego tocarme pensando en todo lo que le quería hacer. Como amigos, claro.



El tercer día en la oficina pasó más rápido de lo normal. Edwin no apareció, pero Finn sí. Terminamos de coordinar la "cita", y gracias a eso, ya tenía tanto el sábado como el domingo ocupados. Luka almorzó con su grupo y yo lo hice con Ed y Val. Por otro lado, Valery no dejaba de observarnos a Luka y a mí, y cada vez que él me miraba, ella hacía una marquita en su libreta. No podía dejar de pensar que parecíamos chicos de quince años, sin embargo, no me molestaba en lo absoluto, era divertido.

Nos despedimos como siempre, regresé a mi casa y por primera vez estaba más emocionada de lo normal por ir a practicar. Comí un aperitivo como siempre, me cambié y tomé mi bolso para dirigirme al gimnasio. Como no estaba lejos, siempre iba caminando y era un buen precalentamiento.

Cuando llegué, fui hasta los casilleros donde dejé mis cosas y regresé a la sala para saludar a todos mis compañeros. Elongué durante diez minutos y la primera canción comenzó a sonar. Hoy tocaba ballet, sin embargo, no me puse el tutú ni nada de eso. Estaba toda negro, excepto las zapatillas de punto. Decidí dejarme el cabello suelto y esto solo pasaba cuando mi humor era lo suficientemente bueno como para que no me moleste.

Todos bailamos durante casi media hora, ensayando la coreografía, hasta que llegó el momento de mostrarla uno por uno. Me senté junto a los demás y no podía dejar de mirar las ventanas que daban al pasillo. Lo mejor que me podía pasar era que llegara en el momento preciso, y eso fue lo que pasó. Apareció unos pocos minutos antes de que me llamaran y recibí un guiño de su parte cuando me encontró. Era el número cuatro.

—¿Lista, Val?

Asentí y me paré para ubicarme en el centro, frente al gran espejo. Podía verlo justo detrás de mí, cerré los ojos y respiré hondo intentando imaginar que era como una presentación más. Los abrí, me miré y mi cuerpo comenzó a fluir. Podía sentir cómo la música entraba por mi piel y se adueñaba de mí con cada movimiento. El ritmo era lento, pero sensual y atrapante. Había practicado esta coreografía incontables veces, no obstante, el miedo a fallar nunca se iba, mucho menos ahora. Cuando terminé, sus ojos estaban sobre mí y su mirada decía más que mil palabras, cosa que me hizo sentir súper satisfecha. Se veía sorprendido y parecía que le había gustado. No voy a mentir, mi ego se elevó un poquito.

—Buenas noches —dije cuando abrí la puerta.

—Eso fue arte —murmuró acercándose a mí.

Reí como adolescente enamorada.

—Gracias.

Miró detrás de mí y sus ojos se ampliaron.

—¿Ese es Peter?

Cuando volteé, noté que se estaban mirando mutuamente, sin embargo, ninguno se movía.

—Sí, gracias a él estoy en la compañía —expliqué.

—¡¿Peter?! —exclamó y lo empujé cerrando la puerta.

—No digas nada, si no lo sabías, es por algo.

—No lo haré, pero...

—Es muy talentoso —comenté—, apareció hace casi un año y le está yendo muy bien.

Sus ojos se movieron por todos lados hasta que regresaron a mí.

—¿Es gay? —susurró.

—Es muy probable —asentí—, pero como dije antes, ni una palabra.

Esta vez lo señalé y sonrió de costado antes de agarrar mi dedo como yo lo había hecho, solo que lo mío fue inconsciente.

—Ni una palabra —repitió y me soltó.

Estaba a punto de abrir la puerta para regresar cuando tomó mi brazo. Giré y lo miré.

—¿Te gustan los clubes nocturnos? Digo, ya que bailas...

—Solía ir muy seguido, sí. ¿Por qué?

Entrecerré los ojos y soltó una carcajada.

—Es que solemos ir los fines de semana, así que, si quieres, puedo pasarte a buscar el sábado después de comer.

—Tengo que cenar con Edwin el sábado, ¿puedo ir con él?

Su sonrisa se desvaneció y asintió lentamente.

—Claro, no hay problema —contestó forzando una sonrisa—. Me voy a la parte de cardio, nos vemos mañana.

Asentí y me despedí con la mano, como siempre.

Luego de otra media hora, me dieron ganas de ir al primer piso y ver si estaba. Sin embargo, no me animé. No quería ser pesada, recién nos habíamos visto habíamos estado todo el día en la misma habitación, pero quería.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó Peter mientras estiraba los brazos.

—En alguien que no puedo tener —murmuré.

—Lo dijiste de tal manera que me contagiaste la tristeza —se quejó con el ceño fruncido—. ¿Quién es?

—No puedes saberlo, lo siento.

Puso los ojos en blanco y lo empujé un poco.

—Ya lo descubriré.

—Lo dudo —reí.

Otra vez tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora