La Pasión

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DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen pero la historia sí, por lo que NO AUTORIZO para que esta se modifique o publique en otro lugar.

Derechos Reservados.

Capítulo 24: La Pasión.

Ahora que estaba solo y que los recuerdos de la escena que había tenido con ella volvían a su memoria, las palabras que había pronunciado, el veneno que había lanzado, en ese momento sólo deseaba retroceder el tiempo. Gimió y lanzó la copa lejos la cual chocó en la pared y se quebró en miles de pedazos. La había insultado, la había denigrado y todo por culpa de ese amargo resentimiento que carcomía por años su corazón y que creía perdonado y olvidado. Y no era el saber que había sido traicionado por su propia prometida tantos años atrás, sino el sentirse inseguro ahora. Ella había amado toda su vida a Inuyasha, por Inuyasha lo cambió y arruinó su reputación, y aún ahora, estando finalmente a su lado, casados, la sombra de su hermano todavía pesaba en sus vidas. Quería que lo amara a él, completamente. Absolutamente.

Ahora temblaba por completo, jadeando y sintiendo el desbocado latido de su corazón abrumarlo. Lo había arruinado ¿Cómo había podido decirle que se fuera? La había anhelado por tantos años, tantos años que ahora, al fin estaba a su lado, como jamás pensó que sucediera y él la había lastimado. Los celos. Malditos celos, pensó. Y es que no soportaba que ella siquiera recordara a Inuyasha. Después de todo lo que había ocurrido entre ellos, después de cómo él la había tratado, dejándola sola con la reputación manchada y ella aún lo estimaba. No lo había podido soportar.

Se levantó de súbito de su asiento, cerró los ojos y suspiró, intentando tranquilizarse. Cómo quería retroceder el tiempo y no haber dicho todo lo que salió de su boca. Podía aún recordar ese bello rostro pálido, sus ojos castaños inundados de lágrimas mirándolo con infinito dolor y consternación, sus labios entreabiertos dejando escapar jadeos, esa mano pequeña y suave que se alzó de pronto y abofeteó su mejilla. La había herido. Había salido sólo veneno de su boca, de puro resentimiento.

Se llevó la mano al lugar que aún percibía ardiente en su mejilla. No es que fuera realmente un dolor físico lo que sentía, ni siquiera la sintió. Sonrió con amargura. Es que Kagome tenía una mano tan pequeña y delgada, era imposible que le causara algún daño físico. Sin embargo, el acto de hacerlo, sumado a esa increíble mirada llorosa pero fiera y con rabia que se clavó en sus doradas pupilas lo sorprendió. Ella quería gritar pero se contuvo y la vio temblar apretando los puños y bajando la vista. Fue un momento, un instante quizás en donde Sesshomaru estaba más sorprendido de la forma en que Kagome lo había mirado. Tragó con fuerza y sintió un nudo en la garganta. Debió decir algo, no supo en ese instante qué, pero el tiempo fue en vano, ya que ella volvió a alzar la mirada con rabia y desdén a él y luego se marchó corriendo por el pasillo. Lo último que escuchó fue el portazo que le dio al entrar a su habitación.

Suspiró con fuerza sintiendo el cuerpo pesado, el retrogusto amargo en la garganta y la sensación de dolor en su pecho que se acentúo al recordar una vez más la escena. Lo había echado a perder. Quizás esta vez Kagome se iría ¿Qué podría unirlo a él? Ya ni siquiera lo toleraba, y él tampoco se lo había hecho fácil sobre todo con su resentimiento e inseguridad. Se estremeció al imaginarse lejos de esa mujer una vez más. ¿Cuántos años añoró su presencia, aún sabiendo que eso causaba el más grande sufrimiento? Y ahora la perdería. Era inevitable. Él mismo la había dejado libre. Estúpido. ¡Estúpido!

Caminó a paso lento saliendo de la biblioteca y se quedó de pie, observando el largo y oscuro pasillo que llevaba a las habitaciones del oeste. Sus ojos se dirigieron a la luz que se colaba bajo la puerta de su dormitorio ¿estaría aún despierta? ¿tan tarde? Quizás sólo era el fuego de su chimenea. Hizo una mueca, comprendiendo que en realidad bien podría dejarlo pues sólo estaba sufriendo junto a él. Quizás no sentía nada por él. Al pensar en la forma que respondía a sus besos su corazón latió sobresaltado. ¡No! Ella debía sentir, aunque fuera mínimo, no podía ser indiferente, él la había sentido entre sus brazos derritiéndose casi y suspirando. Recordó su sonrisa traviesa y esa mirada castaña y misteriosa. Oh, Kami Sama, ella debía sentir algo por él.

El Demonio BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora