Mestiza

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Desperté tirada en el suelo. La única luz en el desván provenía de aberturas en las paredes. Partículas de polvo flotaban en el aire. Sostuve mi cabeza cuando un dolor agudo me atravesó. Seguía en el desván y no había nadie más que yo. Toqué mi espalda y no sentí nada, mi garganta raspaba como una lija, me dolía donde esa cosa me había tocado. Me puse de pie recuperando la compostura, mi cuerpo se sentía pesado y mi estómago comenzó gruñir. Miré alrededor y vi lo que anoche ya había visto con la luz de la linterna, la cuchilla se sintió fría bajo mis pies y un icor bañaba la hoja, lo había asesinado. No había pateado su culo como lo hizo conmigo, pero lo había mandado directo al infierno. Aún sentí el humor en mí después de haber sentido como mi vida se deslizaba entre mis dedos.

La caja de metal era algo pesada cuando la levanté del suelo. No tenía idea de cómo lo iba a abrir pero estaba segura de que habría una forma de forzar la cerradura, quizás Yulian lo sabría.

Yulian. El ángel que ha estado engañándome para conseguir un estúpido libro porque alguna persona lo había metido dentro mío sin prestar atención a las letras pequeñas de advertencia dentro de otro estúpido libro de hechicería.

Sus palabras aun dolían dentro mío, dolían más que haber sido ahorcada por un demonio.

Bajé y fui a mi habitación. Era tan temprano que conociendo a mis padres ya se habían ido a trabajar.

Yulian había dicho que los esclavos o súbditos del infierno me torturarían mentalmente hasta conseguir lo que querían. Solamente no creí que la tortura iba a ser tan dolorosa que sentiría como si mis entrañas salieran por mi garganta.

Tenía ganas de dormir. Así que dejé la caja bajo mi cama y caí en ella inconsciente.

No sé a qué hora desperté, pero supe en el instante en que vi el reloj que me había saltado la clase y que si faltaba un día más ellos llamarían a mis padres y estaría en problemas.

Me levanté y fui a la cocina. Encontré la nota en la mesada y leí lo mismo de siempre. Comí lo que encontré, lo cual era unas tristes galletas, porque haberme saltado tres comida estaba haciendo mella. Yulian y Angela eran ángeles y no necesitaban comer, no les hacía falta y solo lo hacían porque les atraía el sabor que los humanos podían inventar. Era algo que Ángela lo había mencionado mientras estaban leyendo los libros que les llevé, así que no me preocupé en llevarles algo.

Tomé la caja de mi habitación después de haberme bañado y puesto decente para afrontar a los dos ángeles en el cobertizo. La piel de mi espalda picaba y quemaba levemente.

Sacudí la cabeza.

Fui al cobertizo temiendo que ellos ya no estuvieran. Pero sentí que estaría bien que desaparecieran de mi vida para siempre. El chico que había conocido hace poco y que logró sacudir mi mundo, pero que solo jugaba conmigo para obtener algo. Darme cuenta de que lo amaba era en verdad una patada en mis tripas, todo mi cuerpo se puso rígido y en cautela ante lo desconocido.

Cuando llegué me sorprendió ver a Ángela toda magullada, sus uñas perfectas destrozadas, tenía una expresión de frustración y parecía que no se había bañado durante días.

–Hola –dije sin aliento, era mi amiga durante años y nunca la había visto perder la compostura. Tampoco había visto otras alas que no fueran las de Yulián. Y las de mi amiga eran del color de las nubes en un día soleado.

Al verle a Yulian observándome atentamente como si tuviera algo en la cara le lancé una mirada de odio.

Él solo apartó la mirada.

Ángela no pudo ocultarse detrás de su cabello como lo hacía últimamente, porque ésta se encontraba en una maraña en su cabeza. –Es la nueva moda, deberías intentarlo– dijo aun conservando el humor de siempre.

Disparar A Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora