El lugar no era acogedor, pero tampoco frío y tenebroso como cualquier otro cobertizo. Cuando busqué la carretilla lo hice a tientas en la oscuridad, ahora enciendí la bombilla y después de tantos meses reconocí el lugar. No tan tenebroso, pero algo sucio y abandonado, papá ya no utilizaba los artefactos en la pared; su trabajo es constantemente pesado en la oficina por lo que al volver ya no tenía ganas de hacer algo.
Los artefactos alineados contra la pared, una motosierra, cortacésped, herramientas de trabajos como un taller, son las cosas que más me preocupan, por ser peligrosas. Él podría despertar y utilizar cualquiera de esas cosas para atacar, la única forma de evitar eso sería observándolo mientras despierta; y eso es lo que planeo mientras lo llevo hasta la esquina más alejada. Lo bajo de un empujón, no tan amistoso, que hace que se acurruque en una bola.
Él parecía tan tierno de esa forma que me urge ir a mover su cuerpo y cambiar de posición, para que mi ser no sufra por lo que estaba haciendo.
Compasión era mi segundo nombre, y era tan débil en cuerpo y alma. Todo el mundo lo decía hasta que yo me lo creí y empecé a detestarme por ello.
En cambio, la cadena sobrante de su mano lo até a la pata de la mesa fija al piso, alejado de él, y para asegurarme rompí mi camiseta en una tira irregular y cubrí sus ojos. Muchos dirían que parecía una profesional, pero lo cierto es que la situación amerita el ingenio.
Lo observé solo un poco más hasta que me di vuelta y salí en busca de la cuchilla que cayó en el verde césped y de la winchester que accidentalmente lo olvidé en el pasto.
Afuera el sol ya se estaba poniendo y el viento fresco de la tarde de octubre me acariciaba el rostro en oleadas.
Preguntas se acumulan en mi mente, preguntas para formular al extraño en el cobertizo de mi casa. El alivio y lo inexplicable de la situación hacen su primer impacto en mí, solo quiero correr y esconderme debajo de mi cama, porque además contrariamente de ser compasiva no soy valiente. No sería una verdadera sorpresa si esta noche me acurruco en posición fetal en la esquina de mi habitación y me balanceo mientras repito una y otra vez que no estoy loca.
Lo primero que hice fue recoger el arma y mirar si no hay moros en la costa. Me parecía un beneficio vivir en el campo, en medio de la nada. Lo malo era ir y venir de la ciudad, porque el trayecto era aburrido.
Miré la orgullosa espada, solo una cosa que se ve en las películas y se lee en los libros. A pesar de no ser valiente, algo en él me aterrorizaba y a la vez me invitaba a tocar. Tenía un halo a su alrededor, como un campo de brillo que generaba la piedra roja incrustada en el mango.
Quité sobre mi cabeza la camiseta, y con ello en mis manos alcancé la espada que nada hace a través de la prenda. Tenía esta loca idea de que si tocaba algo desconocido mis huellas dactilares quedarían en él.
Me dirigí hacia la puerta de roble, notando por primera vez los intrincados diseños en la madera pulida, nunca me acerqué lo suficiente como para identificarlos, solo era algo donde la mirada no se detiene a escrutar.
Con un suspiro me armé de coraje y entré con un empujón.
Baia Baia. ¿Qué pasará? ¿Estará despierto y la atacará con su mirada de rayos laser? Nunca se sabe, pero en esta ocasión lo sabremos en el siguiente capítulo que actualizaré uno de estos días. Besoooos.
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Disparar A Un Ángel
Paranormal#3 FANTASÍA Lo último que él vio fue el humo salir del cañón de la escopeta y esos ojos azules como el cielo mirándolo con miedo. Anna, una chica de 16 años, descubre que alguien la acecha entre las sombras y entre tantas actividades paranormales...