Capítulo 9: Culpa de los dos.

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Di un paso adelante y levanté mi brazo, para detenerlo.

Lo que sucedió después de eso me dejó aturdida.

Posó su mano en la puerta para abrirla, hubo un rayo y chispas azules debajo de su palma, una fuerza invisible lo envió directamente del otro lado de la habitación cerrada, con un impacto sonoro de su espalda contra la pared opuesta.

Con los ojos bien abiertos me quedé estupefacta.

Quedó de rodillas, con las palmas en el piso, respirando dificultosamente.

Indecisa, vacilante, di un paso hacia su dirección con la mano tapando mi boca para ahogar el grito que estaba por surgir. No sabía lo que iba a hacer, nada venía a mi mente.

–No te acerques, Anna. –demandó, su voz era como papel de lija implorando para que no me acerque. Obedecí a su tono severo. –vete.

No me moví, no podía hacerlo.

–Vete, porfavor. –suplicó.

En ese momento él parecía vulnerable, todo lo que veía en él en estos momentos, disentía en comparación con su actitud de hace unas horas.

Me alejé de él con todo el peso de la culpa carcomiéndome.

Había algo impidiéndolo salir, y todo era mi culpa por encerrarlo en este lugar prohibiendo su libertad.

Me di la vuelta hacia la puerta, puse mi palma dudosamente contra la fría y áspera madera. Nada pasó, ni siquiera una chispa salió.

Estiré la puerta y salí, oyendo el clic de la cerradura detrás de mí.

Me quedé de pie del otro lado de la puerta negándome a creer lo que acababa de suceder, todo por mi culpa. Esto no tenía sentido ¿Por qué yo podía salir y él no? Todo lo que vi, parecía un delirio, una alucinación de mi parte.

Esa misma mañana me la pasé haciendo mis tareas, me quedé sorprendida al ver que ya era hora de almorzar y yo seguía en la misma tarea desde que empecé, hace un par de horas atrás; era una investigación para lengua sobre Shakespeare y algunas de sus obras perdidas a través del tiempo. De todos modos, no dejaba de pensar en Julian, al igual que en sus palabras que se enhebraban en mi corazón, buscando una señal de lo que quería decir. Era más que evidente que había un mensaje "Siempre quise sentir tu corazón debajo de mi mano; siendo mi presencia la causante de todo el alboroto, pero no así, no con miedo irradiando de tus poros"

En aquellos momentos las misivas en los ojos de Julian eran palpables para mí, sin embargo ahora, mientras sus palabras se adhieren como enredaderas a mi piel, no hay más que algo detrás de cada palabra dicha por sus hermosos labios.

Cada minuto que pasaba después de preparar el almuerzo, me encontraba observando el antiguo reloj que colgaba de un clavo en la pared de la sala, tratando de decidir si ir o no al cobertizo. El nerviosismo hacia que me llevara mi mano a la boca para empezar a morder mis uñas.

Mi inquietud era hasta visible ante los ojos de mi abuela en la fotografía colgada a la pared junto al reloj. Cada vez que me movía sus oscuros ojos azules del color del mar a miles de kilómetros de profundidad, parecían seguirme. Me estremecí sin razón alguna.

Si iba y él no estaba mi decepción sería horriblemente cruel, porque él debería de estar libre y yo ser feliz con ello. Pero no podía verme festejando, porque capturar a un ser sobrenatural e interrogarlo no se vive todos los días, bueno, quizás nunca.

Cuando ya pensaba que me corroía por dentro por las suposiciones que estaba creando, nudos se formaban en mi estómago con cada paso que daba hacia el cobertizo.

Esta vez le llevaba una hamburguesa y jugo de naranja.

Entré sin tocar, y los rayos que filtraban por la pequeña y única ventana que estaba casi tocando el techo, iluminaban todo los rincones.

Un nudo se aflojó en mi estómago al verlo ahí sentado en el suelo con las piernas dobladas. Caminé hacia la mesa llena de polvo y deposité ahí el plato, sin dirigirle la mirada o palabra alguna.

El no parecía querer hablar y yo estaba bien con eso, porque no tenía respuesta alguna sobre lo que acababa de suceder.

Que algo invisible te empuje de esa forma era imposible. No podía suceder, no sucedía, era una locura.

Me desbarata su silencio, pero no digo absolutamente nada mientras me vuelvo hacia la puerta abierta.

–Gracias. –Dice simplemente.

Una absurda verdad me golpeó, él no pudo haberme hecho daño todo este tiempo. Su cortesía y su buen trato no era una fachada, era él en su propia piel. Debía hacer algo y no se me ocurría nada.

–Lo siento. –quería decir más pero un nudo se obstruyó en mi garganta haciendo que las lágrimas se presentaran.

"Lo siento por ser una casi asesina, por tratar de asesinarte sin que lo merezcas, por encerrarte y privarte de tu libertad"

–No lo hagas, no lo sientas, Annabelle.

–Lo hago, es mi culpa todo lo que te está sucediendo. – inspiré hondo para que no se me quebrara la voz.

–Nada de esto es culpa tuya.

En un santiamén estaba sosteniéndome del brazo, para tratar de hacerme entender lo absurdo que le parecía mi culpabilidad. Con lo que a mí me respecta era toda culpa mía.

Me apretó la mano y con delicadeza retiró un mechón de mi pelo castaño, que caía en mis ojos.

Cada gesto que hacía, hasta su cercanía parecía difícil de evitar. Era como un imán para mí, porque cada vez mi cuerpo se inclinaba al suyo. Él me atraía y yo no podía hacer nada para impedir que nuestros pies chocaran juntos.

No miraba sus ojos, no miraba su rostro, porque si lo hacía sentiría que nada podría mantenerme anclada al suelo, ni la fuerza de gravedad podría impedir que me pierda en sus absorbentes ojos grises.

Meneé la cabeza firmemente.

Me tomó de la barbilla levantando mi rostro dulcemente.

–Todo es mi culpa, Annabelle.

Tenía mi atención con esa confesión, algo se estaba abriendo en él, como un cofre que nunca pudo abrirse y con el paso del tiempo se estaba resquebrajando.

Si otras fueran las circunstancias yo ya estaría ahogándome en lágrimas.

–No...

–Lo es–me interrumpió–, si yo no hubiera estado protegiéndote no estaría encerrado aquí. Pero ¿sabes qué? No me arrepiento de haber estado haciéndolo todo este tiempo, mi libertad vale menos que tu seguridad.

–Protegiéndome–repetí con lentitud.

Se puso rígido ante lo que reiteré, y poco a poco sus dedos dejaron mi rostro, para ir a tirarse de su cabello. Se podía notar a kilómetros que esa palabra no debió de escaparse de sus labios.

Se rió sin humor.

–No debería estar diciéndote esto, olvida que incluso lo dije.

Dio un paso atrás.

Di un paso adelante, igualándolo.

–Esa cosa que asesinaste allá afuera ¿Estaba tratando de atacarme? –.No hubo respuesta–¿Qué eres, Julian?

–No puedo decirte. –consternó.

–Voy a averiguarlo. –antes de que pudiera detener lo que iba a decir, las palabras salieron solas.

Sus ojos me atravesaron, pero no pasaba desapercibido un brillo en ellos.

–No te gustará lo que averiguarás.

–No lo sabré hasta que lo descubra.

Nos miramos por lo que fueron varios minutos, ninguno queriendo romper el desafío.

Volteé hacia la salida, dispuesta a todo por averiguarlo.

Disparar A Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora