El año pasado, cuando Ángela decidió entrar al club de porristas, me negué rotundamente a dejarla gestionar una prueba. Ella puso una mano en mi hombro y me dio un discurso del porqué debíamos tomar decisiones por nosotros mismos y lo importante que se sentía que yo tratara de protegerla. Mi decisión decayó en ese entonces. Estar alrededor de ella me mantenía en calma y me hacía sentir importante, un poco culpable también.
Su audición duró cinco minutos, su primera presentación frente al público veinte, y su primera caída en un segundo. Aunque era físicamente y lógicamente imposible, yo lo había visto en cámara lenta. Ya que el piso estaba descubierto y no había colchonetas como en los entrenamientos, se llevó un fuerte golpe en la cabeza. Se había abierto una minúscula herida en la sien, pero nunca brotó sangre. Se había levantado con muchas ganas y fuerzas para fingir estar bien, aunque todos se alarmaron y trataron de llevarla al hospital.
Yo quise ayudarla, pero ella insistió en que estaba bien.
Quería en esos momentos que ella se levantase con ganas y fuerzas.
Yulian levantó la mirada, sus ojos grises se veían atormentados. Él temía por la vida de Ángela. Yo también.
Por eso corrí a su lado con la cara bañada en lágrimas y me senté a su lado. -Ángela, Ángela, por favor despierta- dije con la voz quebrada.
Toqué su pálido rostro. Tanteé su pulso.
Mis manos temblaban, no encontraba su vena principal. Debía de estar ahí. No había pulso, no podía encontrar la vena. -¡Maldita sea!
-Annabelle. -La voz de Julian sonaba lejos.
Hice caso omiso. La vena debía de estar ahí, donde mis dedos apretaban, una pequeña presión de tanteo que mis padres me enseñaron.
-Annabelle, detente- dijo Julian, sujetando mis manos.
Miré la frente de Ángela, donde había un corte rojo superficial. Iba de su frente hasta su barbilla, por el lado derecho de su rostro. Pero no había sangre, sólo un poco de carne expuesta. Una herida así no podía matar pero el golpe que se llevó sí.
Me lancé a los brazos de Julian. -No puede estar muerta. No, Ángela no- sollocé.
-Shhh, shhhh. No lo está, Annabelle. Escúchame.
¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿Acaso no veía que Ángela no respiraba?
Tomó mi rostro entre sus manos y secó mis lágrimas con su pulgar.
-Quiero que respires, nena.
No pude escucharle con todos mis sollozos. Todo era mi culpa. Desde que decidí que disparar a un ángel podía ser bueno para solucionar mis problemas.
Sorbí y respiré profundamente. Concentrándome en los ojos de Julián pude lograr una pequeña disminución de mi desesperación. Con Julián todo parecía estar bien.
Miré a Ángela estaba en el suelo, inerte. Dos segundos después ella movió los párpados y gimió lánguidamente.
Pegué un salto en mi lugar.
-Escúchame, Annabelle, quiero que busques tu botiquín. Necesitamos ayudarla. Abdia no estaba preparada para el golpe- dijo retomando su tarea de sostener la cabeza de Ángela.
En la primera petición ya me dirigía a buscar mi mochila sobre la mesa. Con velocidad me di la vuelta y me detuve cuando vi a Julian hablándole a mi mejor amiga. Repetía una frase que entendí a la perfección.
-Abdia, ángel del amor, perteneciente a los protectores del círculo mágico, ahora, protectora de Annabelle Hamilton...
Invocaba su nombre.
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Disparar A Un Ángel
Paranormal#3 FANTASÍA Lo último que él vio fue el humo salir del cañón de la escopeta y esos ojos azules como el cielo mirándolo con miedo. Anna, una chica de 16 años, descubre que alguien la acecha entre las sombras y entre tantas actividades paranormales...