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Me dijeron que utilizara mi talento para escribir algo trascendental, algo que revolucione el pensamiento de las personas, pero lo único que he expresado en estos últimos meses consiste en tristeza, decepción, enojo y culpabilidad.
¿Ustedes creen que eso pueda llegar a convertirse en una cuestión interesante?
Yo creo que sí.
Porque, aunque muchos no lo digan en voz alta por miedo a ser juzgados o por temor a aceptar su realidad, todos estamos un poco rotos. Algunos más que otros, pero considero que todos tenemos partes afiladas dentro de nosotros que de vez en cuando nos lastiman.
La fortaleza en cada uno es distinta.
Unos cuántos saben continuar con su día a día con normalidad, como si en verdad todo estuviera bien.
Otros cuantos lloran y secan sus lágrimas para, enseguida, sonreír y fingir que no hay nada malo.
Sin embargo, existimos otros que, simplemente, no sabemos cómo lidiar con el dolor. Sentimos que el mundo se desmorona debajo de nuestros pies, que todo está jodido, y no encontramos salida por más que busquemos.
¿Por qué?
¿Por qué a veces todo es tan difícil?
¿Por qué las cosas se vuelven tan complicadas?
Sí, muchos dicen que es cuestión de mentalizarse. Que algún día brillará el sol y las nubes se alejarán, pero... ¿y si no es así?
¿Si todo, de pronto, se convierte en un motivo para desaparecer?
Cierro los ojos y busco dentro de mí, tan dentro que incluso eso me asusta.
Veo recuerdos.
Veo a mi padre sonriendo.
Veo a mi madre acariciando mi cabello cuando apenas era una niña.
Me veo a mí misma siendo feliz, en un momento rodeada de mis seres queridos.
Por un segundo todo está bien.
Sin embargo, un sonido, un estallido, hace que todo se vuelva añicos.
Abro los ojos y me voy encuentro frente a un espejo.
Mi reflejo, mi más grande tormento. Porque mi mayor enemigo soy yo misma. Quién peor me juzga, quién me grita mis errores y a cada segundo me exige un poco más.
La lágrimas corren por mis mejillas, pero no las siento.
¡Maldita sea, no puedo sentir nada!
¿Y qué es peor?
¿No sentir nada o sentir que todo me duele?
¡Estoy hasta la madre!
Necesito ayuda, pero nadie me entiende.
Ni mi mejor amiga, la cual siempre está en vela por mí.
Ni mi mejor amigo, quién solo se preocupa por mi bienestar.
Ni siquiera ese viejo amor que juró siempre estar para mí.
¿Qué hago?
¿Lloro, grito, corro, desaparezco?
¡Necesito ayuda!
¡Mamá, ayúdame!
¡Papá en dónde estás!
Hermanos.
Amigos.
¿Dónde, dónde, dónde?
Todo gira a mi alrededor. Estoy perdida. Tengo miedo. No sé en dónde estoy.
¡Ayuda, ayuda!
Y entonces todo se calma.
Vuelvo a parpadear, pero ahora con mayor pesadez.
El color rojo tiñe a mis pupilas.
Nada parece tener sentido.
Entonces aparecen dos rostros desconocidos sobre mí.
Un hombre, una mujer.
Los dos de blanco.
Los dos con rostros intranquilos.
¿Son mis ángeles?
—Doctor, no pudimos salvarla.
—Yo le diré a su madre.
No puedo llorar a pesar de que quiero hacerlo. No puedo gritar, aunque mi garganta raspe. No puedo moverme, incluso si mis músculos arden.
Escucho un grito desconsolado a los lejos.
Es tu voz, querida madre.
Perdóname.

Hora de muerte: no lo recuerdo.
El día, mucho menos.
Quién lo diría.
Esa chica que todos consideraban casi perfecta, acaba de suicidarse.

Una noche le conté a mi almohada...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora