Febrero, 1995Es domingo por la tarde; luego de jugar a los policías y ladrones, echo un vistazo a mi alrededor. Veo que Taty y yo estamos solos cerca de lo que llaman «Cruz de piedra» quiero subir un poco más arriba donde inician los prados del cerrito al que acostumbramos ir a sentarnos y platicar. Es un lugar sereno, recluido,
donde nunca se siega la hierba. Pero últimamente se escucha de lo peligroso que es ascender en la oscuridad.Al volver la vista luego de un largo silencio, la encuentro sonriendo.
—¿Para cuánta gente habrá sido este su lugar especial? —Le pregunto. Un tanto nervioso.
Se encoge de hombros y me devuelve una camisa que me quitó durante el juego.
—Me parece que desde aquel primer día que subimos juntos, hasta el día de hoy... han aumentado los nombres en la vieja pared de la cima —Responde, y luego baja la vista.
—Es verdad, han venido muchas más personas antes por aquí, pero ahora me gustaría que también nos pertenezca a nosotros... —No puedo contener el nerviosismo que se produce dentro de mi y con los labios temblorosos le pido;
—Quiero que sea mi novia Nancy...
Transcurre un breve silencio.
Finalmente vuelve el rostro, con las comisuras de los labios estiradas hacia arriba. Ojalá pudiera creer su expresión cuando le miro a los ojos.—Sí... —Dice en voz baja, pero sin vacilación.
Asiente mordiéndose el labio inferior.Querría decirle más, explicarle más,
pero no soy capaz. Me acerco titubeante y apenas me atrevo a abrazarla.
Es uno de esos momentos en los que las palpitaciones no se pueden disimular y me resulta difícil atraerla hacia mi.—Supongo que es hora de regresar a casa Taty —Digo, metiendo tras la oreja alguno de sus cabellos.
Bajo la débil luz de la luna distingo una medio sonrisa dibujándose en sus
labios. Alivio…Hablamos algunas palabras en el rápido trayecto de vuelta a casa. Disfruto los momentos de silencio a su lado porque me permite separar mis pensamientos en pequeños compartimentos seguros. Esta noche me siento más tranquilo que en las últimas semanas...
Cuando finalmente llegamos a la cuadra donde vive; la despido. Me acerco levemente a su rostro de forma tan fugaz que podría deliberar si calificarlo como beso o no.Ojalá pudiera darle un beso por cada minuto que hemos pasado juntos en el prado o en la cima del cerrito durante el último invierno. Cuando veo de cerca sus labios para el beso que he deseado, no me atrevo; solamente entiendo que ya no querría dejar de besarla… ni separarme de ella.
ESTÁS LEYENDO
Pistilo
RomanceLa siguiente historia es un relato sin pies ni cabeza. Narraciones cotidianas con pinceladas inverosímiles que no te dejarán indiferente. © Todos los derechos reservados