Capítulo 10

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17 de Abril de 2018.

──────• § •──────

La música retumbaba en toda la habitación, de manera estruendosa y escandalosa.

Sonreí victoriosa cuando escuché los quejumbres al otro lado de la puerta.

«Pobres». Me burlé.

Sin duda, aprovechar las guardias de mi madre y la ausencia de mi querido hermano mayor para atormentar a nuestros nuevos inquilinos fue la mejor decisión que pude haber tomado.

Bailé al son de la música, con el triunfo corriendo por las venas, fui hasta el equipo de música y giré la perilla del volumen al máximo, las ventanas temblaban y la puerta vibraba por el sonido del bajo. Lo único que podría salir medianamente mal sería que los vecinos se quejaran y llamaran a la policía, pero la casa y el apellido que la representaba les provocaba tanto pavor que nunca harían semejante acto.

Esto iba a ser más divertido de lo que pensaba.

Unos golpes en la puerta irrumpieron mi baile, —¡Maldita sea, Juliett! ¡Baja el volumen!

«Oblígame».

Solté una risa entretenida, fui directo a la puerta y coloqué mi oído en ella, —¿Qué dices, hermanito? No logro oírte una mierda.

Chad soltó improperios y maldiciones que no hicieron más que acentuar mi buen humor, dio un par de golpes violentos contra la puerta para luego alejarse de ella, rendido, a sabiendas que no ganaría contra mí.

Abrí la puerta sigilosa y miré para asegurarme que ya se hubiera encerrado en su habitación y el pasillo se encontrara desierto. Al cerciorarme, salí rozando mis pies descalzos en la alfombra de terciopelo roja, bajando las escaleras con pequeños saltos camino a la cocina, como una chiquilla apunto de hacer una travesura.

La malicia se denotaba en cada uno de mis movimientos. Fingiría sentirme culpable luego, pero... ¿a quién engañaba? Adoraba hacer diabluras.

Entré en la cocina, encontrándola vacía. Muy bien.

Una corriente de aire me erizó los vellos, me abracé un poco para darme algo de calor, para luego abrir el refrigerador y sacar una bolsa de fresas previamente lavadas, las coloqué en un tazón, de espaldas a la entrada de la habitación a la espera de mi deliciosa presa.

El reloj en la pared daba las ocho pasadas las diez, si mis cálculos eran correctos —y también la previa investigación a mi pobre victima—, él bajaría a la cocina por las galletas de miel resguardadas inútilmente en la primera alacena justamente a esta misma hora. Y mis cálculos eran correctos.

Pacientemente esperé por su llegada, preparándome mentalmente para el espectáculo que estaba a punto de montar, solté una risilla traviesa ante la expectativa.

Mordisqueé una fresa con lentitud hasta que un par de tosidas me hicieron voltear hacia la entrada de la cocina, ahí estaba él, atragantándose con su propia saliva ante la imagen delante de sus ojos.

Aplané mis labios intentando retener las risas que crecían en mi garganta.

—¡Jonathan, hola! —sonreí dulcemente cual niña que ve a Santa Claus. Tomé el tazón de fresas y di algunos pasos cuidadosamente calculados, él, aterrado, retrocedió al mismo tiempo. Ladeé mi cabeza, analizándolo, divertida de su reacción.

Pero claro, cualquiera que me encontrara por completo desnuda seguramente tendría la misma reacción.

Sí, desnuda.

Secreto Mortal |REESCRIBIENDO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora