Dos miradas entrelazadas:

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Él miró a la distancia, perdido en el laberinto de sus pensamientos. Llovía a cántaros y la taza de café en su mano parecía ser su mejor amiga. Recorrió su pelo con su mano derecha por millonésima vez, mientras iba repasando punto por punto lo que le quería decir a aquel señor que parecía tener un placer sádico al tenerlo contra la espada y la pared. Por suerte y por desgracia el demonio nunca llegó a su destino. Quiso levantarse del asiento de aquella cafetería con precios demasiado altos y gritar: "¡Dejadme en paz, yo solo quiero hacer mi música!".

Al otro lado de la calle de pie había una chica cualquiera, con una cara cualquiera, un cuerpo cualquiera, una personalidad cualquiera y una vida cualquiera. Ella esperaba una llamada de cualquiera que pudiera salvarla del infierno en que se había metido. Ninguna llamada nunca llegó, y en un acto de desesperación cogió las llaves del coche y, aunque una tormenta se cernía sobre su camino y su futuro, decidió que un café no le vendría mal.

Ambos cruzaron miradas a la llegada triunfal de la mujer en aquella cafetería, un artista sin lugar donde poner su arte y una mujer tan ahogada en su vida cualquiera que la rutina la mataba. Que suerte que los artistas son conocidos por llevar desorden y romper rutinas, y que la gente cualquiera normalmente sabe cómo construir algo con orden.

11/11/20 – 237 palabras

Trozos de porcelana rota:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora