It's terror time again (parte 2)

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Mi primer día en el trabajo y pasa esto.
 
Julia Antares —después de varias entrevistas, de ir a una escuela tras otra a la búsqueda de una oportunidad laboral—  había conseguido plaza en un colegio muy prestigioso ubicado en el barrio San Diego. Aquello había sido el viernes por la tarde.
Simplemente, al ver que las cosas estaban tranquilas en Chile, creyó que era hora de empezar de cero, y qué mejor que en lo que sabía: la docencia. Todo el fin de semana estuvo muy emocionada porque pronto comenzaría una nueva etapa, y por eso casi no pudo dormir el domingo en la noche. A pesar de eso se levantó muy temprano el lunes, se duchó, se arregló lo mejor posible para dar una excelente primera impresión ante sus nuevos alumnos, desayunó pan tostado con café, y salió de casa. Condujo el auto de sus padres -ahora provisionalmente suyo hasta que se hiciera de uno propio- por la carretera 57, la que la llevaría a la ciudad, pasando por la avenida Libertadores, viendo poco a poco aparecer los grandes edificios de arquitectura cuasi europea de la metrópoli. Llegó a su nuevo lugar de trabajo, fue presentada a los alumnos y todo marchaba relativamente bien. Hasta que empezó a marchar relativamente mal a la una de la tarde.

Julia había reconocido entre sus alumnos a una niña de cabello negro y coletas; la había visto hacía poco en una comida celebrada en el patio de unos vecinos. A la una de la tarde con veinte minutos, Julia Antares tomaba de la mano a Marlene Morrison, avanzando por el pasillo del segundo piso del colegio junto con otros dos niños de la edad de Marlene. El edificio no había tardado en llenarse de monstruos y ahora los había de todo tipo: grandes..., y pequeños. Se detuvieron antes de llegar a otro pasillo replegando sus espaldas a un muro.

-No vayan a hacer ruido -dijo Julia a sus tres alumnos sobrevivientes. Los tres asintieron, estaban tan asustados que no podrían llorar aunque quisieran. Si lograban llegar al estacionamiento subterráneo y subir a su auto estarían seguros, claro que luego habría que conducir por una ciudad repleta de seres monstruosos, pero primero lo primero.

Siguieron avanzando, corriendo hacia el pasillo siguiente, cuando uno de los niños tropezó con sus propios pies. Al emitir este un chillido Julia se percató de su rezago.

-Espérenme aquí -dijo a Marlene y al otro niño de nombre Bruno. La maestra fue a ayudar a levantarse al pequeño Alonso. Por si las cosas no pudieran ponerse peor el niño padecía miopía y sus anteojos se habían estrellado al impacto con el suelo. Julia constató esto al recogerlos, y al verlos mientras los sostenía de una de las patillas. Hizo una cara de: debe ser una broma, y cargando al niño echó a correr hacia los otros dos que esperaban adelante.

Julia no conocía bien las instalaciones, llevaba un rato yendo de un sitio a otro buscando la salida hacia el estacionamiento, y los niños no era como que supieran otras rutas de la enorme escuela más que la que los llevaba del portón a su aula, al patio de recreo, al gimnasio y viceversa. Se oían los gritos, gritos que erizaban la piel, gritos de alguien que seguramente ya estaba condenado. Encontró unas escaleras que tenían un tramo hacia el primer piso y un tramo hacia el tercero. Justo cuando estaban por bajar oyeron un rugido proveniente de arriba, luego los apresurados pasos de un ser de pesadilla. Julia lo esquivó por muy poco, estrellándose el zombi contra la pared. El zombi dio la media vuelta casi enseguida observando a la mujer con un par de ojos inyectados en sangre. Ella no lo pensó más; asestó una patada frontal derribando de espaldas a la criatura. Conectar esa patada no fue nada sencillo ya que iba cargando a un niño de ocho años, sin embargo funcionó para fines prácticos.

-Vamos, bajen, rápido -dijo al niño y a la niña quienes sí podían moverse por su cuenta. De inmediato echaron a correr escaleras abajo, seguidos muy de cerca por Julia, quien rogaba no caerse con el niño en brazos.

En el primer piso la cosa estaba peor, mucho peor. Había sangre por todos lados; en el suelo, en las paredes, había también cristales rotos, y ruidos repugnantes salían de un salón cercano. Guiándose con un letrero cuya flecha en negro apuntaba hacia el pasillo norte corrieron en aquella dirección. Julia comenzaba a cansarse, el niño pesaba mucho. Se detuvo en seco cuando distinguió cuatro figuras de pie que les daban la espalda. Por fortuna ellos no los habían visto aún. Le hizo señas a los otros dos niños para que no hicieran ruido y dieran la vuelta, pero justo en ese momento el vidrio de una ventana al lado de ella estalló de adentro hacia afuera, saliendo de entre los cristales rotos un par de manos que agarraron al niño Alonso. El estrépito de los vidrios haciéndose añicos, sumado a los gritos del niño, alertaron a los cuatro zombis lanzándose estos en carrera. Julia forcejeaba por el pequeño Alonso, no dejaría que aquellas ávidas manos ensangrentadas se lo arrebataran. Los cuatro zombis estaban muy cerca. Debido al cansancio previo por haberlo cargado todo el tramo de escaleras, las fuerzas le fallaron a la reacia maestra, arrancándole finalmente de los brazos a Alonso el zombi adentro del aula. Ambos, niño y monstruo, se perdieron en la oscuridad del interior. Ella no tuvo de otra más que echar a correr. Los zombis le pisaban los talones, dando alaridos dignos de seres salidos de lo más profundo del infierno, mientras ella lloraba por haber perdido al niño. Delante de Julia corrían Marlene y Bruno. No sabían, ninguno de los tres, a dónde dirigirse. Desde otro pasillo se acercaban más de las sanguinarias criaturas, esta vez eran tres adultos y una niña. Ver a los niños convertidos en esas horripilantes cosas estaba por hacerle perder la cordura a la joven maestra, pero haría lo posible para que los dos niños a su cuidado no acabaran de ese modo.





La muerte ha renunciadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora